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capítulo 2

La estupefacción me dominó y no pude reaccionar lo suficientemente rápido como para inquirirle por estar en mi casa y haberme dejado tan expuesta que tuve que salir de aquel hotel a escondidas por la salida de emergencia y en albornoz.

Si coche salió derrapando un poco y entró en mi propia casa antes incluso que el mío.

—Voy a dejarte por detrás, entra por la escalera del servicio y apúrate por Dios. No te bañes.

Asentí a través del espejo retrovisor y no quise hacer preguntas sobre el sensual y maldito  que había entrado antes, sé que el guardaespaldas de mi hermana no es muy comunicativo con nadie, a pesar de que con ella es otra historia.  Estoy segura que se la ha follado.

Cuando me bajo del coche en la entrada que sugirió Alex, las chicas del servicio, dos de ellas, me observan asombradas y les chisto solamente, pasando a las escaleras directo a mi habitación.

No encontré a nadie más que a mi hermana que salía directamente hacia su guardaespaldas a no sé qué, y me dispuse a vestirme.

Saber que su olor seguía en mi piel, su sabor en mis labios y su presencia en la parte de abajo de mi casa, era enloquecidor. Estaba intrigada y nerviosa, a la par que expectante.

Nunca en mi vida había sentido tantas vibraciones solo con un beso y jamás de los jamases suelo meterme a la cama de un desconocido pero a pesar de no recordar nada, la sensación que me recorre el cuerpo cada vez que me mira es una muda promesa de lo mucho que tuve que haber disfrutado entre sus brazos.

Sin tener tiempo que perder, porque ya evidentemente iba tarde, me puse un vestido púrpura corto, de mangas largas y un cruce sensual entre mis muslos por su parte delantera, tacones Dior altos y negros y solté mi pelo lacio hasta tocarme la espalda baja, solo para sentirme sexy ante sus ojos que me intentaban doblegar.

Aquel hombre y yo tendríamos muchos problemas en el futuro y sabía que no podía confiar en él, pero me costaba ignorar lo que me hacía sentir.

No sabía su nombre, ni sus intenciones ni nada de su vida y sin embargo, sentía que podía verme al desnudo incluso estando vestida y eso me ponía en desventaja, cosa que tenía que cambiar y pronto.

El francés, no podía superarme jamás.

Había que revertir la situación y había que hacerlo ya.

(...)

—Mi trabajo consiste en hacer lo que nadie puede, señor Montalvan —escucho decir al maldito francés desde mi silla justo al frente suyo, teniendo que soportar su acento de mierda que antes no había escuchado —mi existencia no tendría la importancia internacional que tiene —dice con arrogancia —si todos tuvieran un acceso al convicto como lo tengo yo y es evidente —rectifica aplastando su cigarro en el cenicero de papá —que no comparto ciertos secretos con todo el mundo. De hecho la mayoría los conservo solo para mí.

La arrogancia en todo su aspecto me provoca náuseas. Este maldito y sexi tío me está cabreando.

Me revuelvo en mi silla incapaz de mantenerme quieta porque es demasiado irritante él. Sobre todo el saber que no recuerdo cómo demonios me folló, el gilipollas.

—¿Ni siquiera los comparte con las mujeres a las que se folla repetidamente?—pregunta el imbécil de mi novio y me contengo de carraspear insultada. No sé como puede ser tan vulgar estando yo delante —hemos oído que suele consumir bastante sexo, señor Laforte.

Mi padre es incapaz de ocultar su malestar ante la idiotez que ha dicho David y le regaña en voz alta, a lo que el francés del demonio sonríe mirándome a mí con todo el descaro del mundo y sin importarle un ápice de nada, lo que los demás puedan llegar a concluir a oírlo decir:

—Las mujeres que tienen el privilegio de ser devoradas por mí —me sostiene la mirada como si solo él y yo estuviésemos en esa habitación y yo hago lo mismo porque quedo hipnotizada por cada palabra que acaricia sus labios viriles —no suelen acordarse ni de sus propios nombres al otro día, señor Garvia —se muerde una esquina del labio, divertido y descarado, y concluye devolviendo la mirada en esta ocasión con oscura seriedad a mi prometido  —pero aún así, es obvio que un político de mi nivel y un poderoso intermediario como yo, no comparte secretos con nadie y mucho menos mientras follo. Si vuelve a hablar de algo que me incomode me levanto y no vuelven a verme en la vida. No tengo tiempo para perder y menos con idiotas que se ponen celosos porque su noviecita no le puede sacar los ojos de encima a un tío que está clarisimamente por encima de su nivel —la boca se me abre y podría llegarme al suelo fácilmente de lo impresionante de su atrevimiento —no me van los jueguecitos de poder, sobre todo cuando el poder... se firma con mi nombre.

El silencio que camina por la habitación es en extremo molesto.

Nadie sabe como reaccionar y sobre todo, nadie se atreve a tomar la iniciativa. Todos aguardan cautelosos y en cierta forma, cobardes.

Mi padre permanece sentado en su silla de espalda alta y con un puño apretado contra su boca mirando al maldito francés, evaluando su próximo movimiento,  lo conozco. Mientras David lleva poco a poco la mano hacia su pistola y cuando está haciendo el primer movimiento para sacarla, un compendio de siete láseres rojos se dibujan en su pecho y un octavo entre sus dos tupidas cejas, a lo que yo reclamo interviniendo...

—Por consideración a mí —me señalo el pecho levantándome de mi sitio e inclinándome sobre la mesa sin romper mi contacto visual con aquel cretino —le pido que retire lo que ha dicho, pues ha dejado implícito que usted me interesa señor, y me parece además de una falacia, una falta de respeto en toda regla. Y por favor —cierro los ojos reuniendo valor para suplicar, porque es algo que detesto—deje de apuntarle a mi prometido.

En la habitación estamos solo nosotros cuatro y dos de los mejores guardaespaldas de papá, uno de ellos es Alex, el también chófer a ratos de mi hermana. Y nadie hace nada. Solo aguardan la respuesta del francés, que no deja de mirarme serio, dando toques a su babilla con un memorable dedo para mi y en un punto en que  ya ha perdido por completo su sonrisa de suficiencia.

—Aquí les dejo el dossier con los puertos que pueden usar este mes para mover la mercancía —lanzó sobre la mesa de mi padre una carpeta, ignorando mis exigencias y levantando su espléndida figura haciéndome enderezar la mía  para estar en igualdad de posiciones, aunque estaba más que claro que no era así —cuando me reúna con el convicto y se organice la próxima entrega, volveremos a vernos —empezó a caminar hacia la puerta para irse como si nosotros no fuésemos más que monigotes que él manejaba a su antojo. Y cuando estuvo a punto de irse, dejando más silencio detrás de su ida, se giró y con la puerta entre sus manos dijo mirándome por encima del hombro —no he retirado lo que dije, porque ha sido tú propio padre quien te metió en mi cama con toda el conocimiento de tu prometido. Te aconsejo que tengas más cuidado la próxima vez que te manden a cerrar un trato. No todos los amantes te pueden dar el placer que yo te dí, preciosa. Hasta la próxima... que debe ser en una semana.

Cuando cerró la puerta detrás de él sentí tanta furia, tanta ira y tanto dolor que agarré el cenicero que había usado antes y lo lancé contra la ventana, rompiendo en pedazos los cristales y acompañando el ruido con un grito rabioso salido de lo más profundo de mi garganta.

—¿Cómo se han atrevido a hacerme esto, joder?...¡Hijos de la gran puta! —yo gritaba como posesa y daba vueltas a mi alrededor completamente dolida y asombrada con aquella noticia con las manos echas puño —has vendido a tu propia hija por un puto negocio y tú —señalé a David con repugnancia —tú no me vuelves a tocar en tu vida. Ahora soy la puta de ese hombre, y todo por vuestra ambición. Miserables de mierda.

Salí de allí dejando atrás de mí todo un revuelo de palabras entre mi padre y David, y podía escuchar perfectamente como papá daba por hecho que yo no tenía más opción que acatar órdenes. Que era mi deber y había sido criada para eso. Que ya se me pasaría.

Nada. Ni una maldita cosa podía hacerme sentir mejor.

Me encerré en mi cuarto y me arranqué la ropa que me había puesto cuando llegué de pasar la noche con aquel hombre sin siquiera haberme dado un baño, salí oliendo a él y creyendo  que había sido una infiel cuando en realidad había sido una víctima de mi propia familia, que por otro lado, había dejado más que claro que no todos estaban al tanto, pues según mi hermana, mi padre y David había pasado la noche desquiciados por mi ausencia, sin embargo, la realidad era que la habían pasado fingiendo y si era un poco inteligente, que lo era, podía ver perfectamente que habían pasado la noche preocupados porque el maldito francés quedara a gusto con mis servicios y decidiera hacer negocios con ellos.

¡Que asco de todo!

Duchándome con furor  entendí, que aquel hombre tenía un poder sobre mi familia y sobre mí que no parecía muy justificado y que averiguar lo que en realidad estaba pasando, era de vital importancia para salir del intento de prostituta en el que me habían convertido.

Esa noche fue mi padre, quien me recomendó que fuera a despejar mi mente y por eso, había ido sin seguridad. Porque claro, había otra persona que haría conmigo lo que le apeteciera y si no lo recordaba después, mejor.

Si aquel maldito francés no fuese tan descarado y poderoso, nunca habría dicho nada y yo jamas habría descubierto la verdad de aquel complot y me hubiese sentido una maldita infiel, cuando la realidad era otra.

La vileza de lo que me habían hecho no tenia nombre y me sentía asqueada de tanta mierda. La familia necesitaba el apoyo del mencionado convicto, y para llegar a este, había que pasar por el francés que me usaría como quisiera, cuando quisiera y decidiría, si me acordaba o no, de lo que sucediera entre los dos. Era todo tan retorcido que me sentía a un segundo del vómito.

Salí del baño y sentí mi móvil sonar. Caminé hasta él y lo arranqué del cargador con furia. Estaba llena de rabia y dolor.

—¿Quién coño es? —respondí al número privado que me llamaba, con toda la insolencia del mundo.

—Quiero verte hoy. Esto no tiene que ver con nuestros negocios.

La voz grávida de autoridad no se me despintó para nada. Era él.  El puto francés.

—Y lo que yo quiera no importa —afirmé. No era una pregunta.

—Lo que tu quieras lo estableceremos después.  Quiero verte. Follarte. Y hacerte recordar como se siente tenerme dentro de tí. Ven a mi hotel esta noche. Te contaré lo que pasó ayer y porqué acabaste en mi cama. Pero quiero hacerte mía otra vez.

A pesar de todo lo que envolvía su propuesta, había algo que lo hacía irresistible, además de él mismo por supuesto. Y era la posibilidad de entender hasta donde podía negarme o no a ser su amante, además de saber los detalles de su arreglo con mi padre y mi novio, pues de eso dependería la decisión más importante que tomaría en mi vida.

—Lo que propones me hace sentir como una puta. Ni siquiera sé tu nombre y ...

—¡Jacques...! —interrumpió lo que decía para ronronear su propio nombre de manera erótica y sensual. Lo escuché suspirar y podía jurar que tenía los ojos cerrados —y lo que pretendo es venerarte como a la diosa que eres, venus. Ven a verme esta noche, porque tú lo quieres y yo te deseo. Solo por eso. Ven a verme. Quiero hacerte mía otra vez. Ven, por favor.

Cerré los ojos y me mordí el labio sabiéndome desnuda y con ganas. No podía negarme a mí misma que tenía ganas de saber cómo había acabado siendo moneda de cambio, pero dejarme tomar por él otra vez, sería una falta de decoro a mi misma.

—Iré, si me prometes que no habrá sexo, no quiero acostarme contigo.

—¡Mentirosa!, te mueres de ganas y si te tengo cerca puedo hacer que supliques de deseo, preciosa. Sabes que te encanto.

—Que arrogancia la tuya, Jacques —susurré sonriendo y mordiéndome una uña, mientras me sentaba en mi cama cubriéndome con una almohada, como si él pudiese ver mi rubor.

—Ven a verme y prometo solo hacerte mía si me lo pides. Quiero verte —recalcó ronco.

—Mándame tu ubicación...

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