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Capítulo 1 Cambio de vida

Observo la hora en el reloj sobre la mesa de noche y noto que están cerca de dar las ocho de la mañana. Me levanto a toda prisa, pero un intenso dolor de cabeza que está a punto de hacerme volar la corteza cerebral me obliga a quedarme sentado al borde de la cama durante algunos minutos más para esperar a que las palpitaciones se detengan.

¿Qué demonios sucedió anoche?

Miro a los alrededores y me doy cuenta del enorme desastre que hay en la habitación. Hay un par de botellas de champaña en el suelo, ropa desparramada por lugares inimaginables y platos servidos y a medio comer sobre la mesa. Intento recuperar los recuerdos de lo que sucedió después de dejar mi oficina y dirigirme al club, no obstante, la resaca no me lo permite.

Me levanto de la cama y camino como zombi en dirección hacia el cuarto de baño. Saco un par de pastillas del gabinete y las bebo con un poco de agua del chorro. Pongo las manos en la encimera y me observo al espejo. ¿Qué carajos? ¿Quién demonios hizo esto? ¡No puedo creerlo! Tengo escrita en la frente con marcador negro la frase vete a la mierda. ¡Joder!

Necesito recordar cuanto antes qué carajos hice anoche. Me devuelvo hasta mi habitación para buscar mi teléfono, pero, para ser sincero, tampoco recuerdo qué hice con él. Agacharme no es una opción si quiero mantener mis sesos en el mismo lugar. Salgo del cuarto y, en cuanto llego a la sala, escucho las carcajadas de mis amigos que se retuercen y se revuelcan de la risa mientras me miran con diversión.

Bajo la mirada y observo con asombro que llevo puesto un calzoncillo de color rojo con la forma de la cara de un elefante y en cuya trompa llevo guardado mi miembro. ¿Qué jodida broma es esta? Elevo la mirada y fulmino con ella a mis buenos y fieles amigos que, estoy más que seguro, son los artífices de esta broma de mal gusto.

―Juro que me las van a pagar, imbéciles ―menciono con enfado al llevar las manos hacia mis partes nobles para ocultarlas―. ¿Eso es lo mejor que se les ha ocurrido hasta ahora?

Niegan con la cabeza.

―No fuimos nosotros ―comenta Gonzalo, aún cuajado de la risa―. Vinimos tan pronto como vimos las imágenes en las redes ―agrega divertido―, papi y el abuelo no estarán felices con esto.

¿De qué habla?

―Te van a desheredar ―anuncia Walter―. Después de la amenaza que recibiste de ellos, creo que en esta ocasión no te salvas de esta.

Sus palabras comienzan a ponerme nervioso.

―Pueden decirme de una puta vez, ¿de qué carajos están hablando?

Gonzalo se levanta del mueble y me tiende su móvil para que le dé un vistazo. Una ráfaga de escalofrío recorre mi espina dorsal y me paraliza las pelotas. Esta vez me pasé de la raya. Me froto el cuello con la mano en señal de preocupación. El dolor de cabeza se esfuma de un plumazo.

―No sé cómo vas a explicarle esto a tus viejos, pero te prometo que de esta no te salvas.

Trago grueso. No pasan ni cinco segundos cuando el sonido de mi teléfono borra las sonrisas de las bocas de mis amigos. Ellos reconocen el tono de identificación de la llamada y eso solo significa problemas.

Atravieso la sala a toda velocidad y me dirijo hacia la barra. Ni siquiera recuerdo haberlo dejado en aquel lugar. Aprieto los ojos antes de pulsar el botón y responder la llamada.

―Abuelo…

Maldigo por lo bajo al escuchar el alarido estridente que sale de su boca.

―Tu padre y yo te estamos esperando en la oficina, Denzel, y más te vale que traigas tu maldito trasero cuanto antes o te prometo que te vas a arrepentir por el resto de tu vida.

Cuelga la llamada, sin permitirme decir ni una sola palabra. ¡Mierda, mierda, mierda!

―Se te viene encima el Armagedón, hermano ―expresa Walter con un semblante de preocupación―. Ahora mismo no quiero estar en tu pellejo.

Gonzalo se aproxima hacia mí después de darle una mirada a su reloj de pulsera.

―Más te vale que muevas tu trasero o Cruella De Vil no tardará en publicar tu obituario en las páginas principales de todos los diarios y revistas de la ciudad. Esa mujer quiere tu puesto y no dudo que lo consiga después de esto.

La sangre se drena de mi rostro. Asiento en respuesta antes de salir corriendo hacia mi habitación. Tomo un baño rápido y saco uno de mis mejores trajes para asistir a la reunión. En menos de diez minutos estamos bajando al estacionamiento.

Me despido de los chicos y, una vez que subo a mi deportivo, me incorporo a la avenida a una velocidad que sobrepasa el límite de lo permitido. Quince minutos después salgo del elevador y hago el recorrido por el camino de la vergüenza, antes de detenerme frente a la puerta de la oficina del presidente de Carpentier Amazing Holdings Inc.

Respiro profundo y adopto mi actitud de hombre seguro y responsable antes de abrirla y enfrentarme al gran jurado. Al ingresar, veo los rostros furiosos y contrariados de dos de las personas más importantes de mi vida.

―Siéntate.

No hay saludo de buenos días ni la típica sonrisa de admiración y orgullo que siempre he visto reflejada en la cara de mi viejo. El segundo al mando de esta gran corporación.

―Papá, puedo explicar…

No alcanzo a terminar la frase, porque mi abuelo no me lo permite. Después de entregarle el mando a mi padre, se convirtió en el único miembro honorario de la corporación y en nuestro asesor principal, además de ser uno de los accionistas mayoritarios de esta empresa.

―¡Cierra la boca y siéntate!

Mierda. Sí que están furioso y no es para menos, sobre todo, después del semejante espectáculo que di en vivo a través de la internet.

―¿Estás consciente de la posición en la que nos pusiste con lo que hiciste anoche?

Cómo explicarles que ni siquiera recuerdo lo que hice.

―Lo lamento, abuelo, no fue mi intención.

Respondo avergonzado.

―¿Crees que un, lo lamento, lo soluciona todo?

Esta vez es mi padre el que interviene.

―Sé que no, pero yo…

Vuelvo a ser interrumpido.

―Has puesto el nombre y el prestigio de nuestra empresa en entredicho y has arrastrado nuestro apellido por el fango sin ningún respeto y consideración ―no tengo palabras para refutarlo―. Te lo advertimos, Denzel ―sisea mi padre con enojo, mientras me acribilla con su mirada―. No te íbamos a dejar pasar una sola más de tus locuras ―carajos, tengo el presentimiento de que esta vez la boté del campo de juego con las bases llenas―. Te hemos dado demasiadas oportunidades y esta vez no estamos dispuestos a aguantar ni uno más de tus malditos desastres.

Trago grueso y los miro con nerviosismo.

―Les prometo que no volverá a repetirse.

Recurro a la opción más segura… El arrepentimiento.

―Tu padre y yo tenemos dos horas conversando al respecto ―expresa mi abuelo con la voz carente de emoción―. Ya no eres el chiquillo de quince años atrás que solía ir por la vida actuando sin ningún reparo ―escupe furioso y decepcionado―. Eres un hombre de treinta y cuatro años que sigue negándose a madurar, pero es lo que menos nos importa ―aclara con decepción―, lo que está en discusión es el hecho de que eres el maldito vicepresidente de esta empresa y, con tus acciones, has puesto en peligro la reputación de la corporación.

Mi recurso acaba de fallar de manera catastrófica. Sigo escuchando sin atreverme a abrir la boca. No hay nada que hayan mencionado que no sea verdad. Está bien, la jodí, pero tampoco es para tanto. ¿Cierto?

―En vista de que sigues negándote a escuchar nuestros consejos y recomendaciones ―dejo de respirar hasta escuchar lo que viene a continuación, mucho me temo que no me va a gustar para nada―. Tu padre y yo hemos decidido separarte del cargo a partir de este momento.

¿Qué? No pueden hacerme esto.

―Pero, abuelo, ¡es una decisión exagerada!

Exclamo exaltado al levantarme de la silla.

―¡¿Exagerada?!―grita mi padre―. ¿Crees que tu abuelo y yo vamos a arriesgarnos a dejar las riendas de esta corporación en tus manos? ¿Qué vamos a permitir que tires a la basura todos los años de esfuerzos y sacrificios que hemos empleado para posicionar el nombre de esta empresa entre las mejores del mundo?

Niego con la cabeza.

―No pueden estar hablando en serio.

Comento, aturdido. Mi abuelo pulsa el interfono para llamar a su secretaria.

―Nos tomamos muy en serio cualquier decisión que tenga que ver con esta empresa, Denzel, pero, sobre todo, con las que están relacionadas con nuestra familia.

Un par de segundos después entra Cruella de Vil con una sonrisa de satisfacción dibujada en su boca. Deja sobre el escritorio la carpeta que trae en sus manos. La muy lameculos le facilita un bolígrafo cuando nota que mi padre no logra ubicar el suyo.

―Aquí tiene, señor Carpentier.

Expresa con voz zalamera. Aprieto los labios en una línea fina.

―Griselda, este es el comunicado para que, a partir de este momento, se le notifique a todos nuestros empleados, socios y clientes que, mi hijo, Denzel Carpentier, ya no tiene ningún tipo de relación laboral con esta empresa ―las pelotas se me suben a la garganta―. De la misma manera, se inhabilitarán todas las tarjetas corporativas, el acceso a cualquiera de sus cuentas, así como también, se le despojará de todos los activos que estén a su nombre y que hayan sido adquiridos a través de esta corporación.

¿Qué demonios es lo que está diciendo? ¡Me acaban de robar toda mi vida!

―Por supuesto, señor Carpentier, lo haré de inmediato.

La muy descarada se acerca y se pavonea delante de mí.

―Le agradezco que, por favor, me entregue todas sus tarjetas de crédito señor Carpentier.

Arrastra la lengua con cierto placer al pronunciar mi nombre. Giro la cara para mirar a mi abuelo y a mi padre.

―Papá, abuelo, no pueden hacerme esto.

Les imploro con un susurro. Sigo conmocionado con la decisión que acaban de tomar.

―Podemos y lo estamos haciendo, Denzel ―indica papá con un gesto de decepción reflejado en su rostro―. Haz el favor y evítanos más molestias ―me pide con un tono de voz plano y carente de emoción. Hacer esto no es fácil para él―. Entrégale las tarjetas y desaloja esta oficina de inmediato.

Con mano temblorosa saco la cartera de mi chaqueta y extraigo todas las tarjetas. La bruja toma una tijera y las hace pedazos en mi propia cara. Está disfrutando como nunca de esta situación. Me doy la vuelta y, sin decir una sola palabra más, me dirijo hacia la puerta. No obstante, antes de que abandone la oficina, mi abuelo dice sus últimas palabras.

―Si estás dispuesto a demostrarnos que vas a cambiar y que quieres que te demos una nueva oportunidad, vendrás a esta misma oficina en un plazo de setenta y dos horas ―detengo mis pasos para escucharlo, pero no me doy la vuelta―. Tendrás que convencernos con hechos, que eres un digno representante de esta familia y que estás preparado para asumir la presidencia de esta corporación. Caso contrario, no vuelvas a asomar tu nariz por este lugar.

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