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Capítulo 5

—¿Piero? —preguntó Nerea al ver que él no decía nada—. ¿Estás bien?

—¿Qué? —Su amigo parpadeo y asintió—. Sí, sí.

Sonrió sin creérselo del todo. Era comprensible que después del miedo que había pasado durante la noche, él estuviera todavía algo desorientado.

Piero caminó hasta ella y le dio un beso en la mejilla.

—Buenos días, princesa.

Estaba demasiada sorprendida por su gesto que se olvidó de reprenderlo por aquel estúpido apodo. No era la primera vez que él le daba un beso en la mejilla, pero esta vez había sentido como si hubiera algo diferente. Tal vez eran alucinaciones suyas inducidas por la preocupación y la falta de sueño.

—Veo que los círculos negros alrededor de tus ojos han desaparecido —comentó cuando recordó cómo hablar. Regresó su atención a lo que estaba haciendo—. Anoche te veías hecho un desastre.

—¿Con que era así? —Piero sonaba divertido.

—Sí. No dije nada para no herir tus sentimientos. Ambos sabemos lo importante que es para ti tu imagen.

—Eres una gran amiga.

—Hablas demasiado pronto. Tomé una foto tuya mientras dormías, con el pelo un desastre y lleno de baba. Si me haces renegar, la venderé a los tabloides. Diabl0s, incluso podría regalarla.

Piero soltó una carcajada.

A Nerea le gustaba escucharlo reír después de la noche que había pasado y más si era ella la responsable.

—Tendré cuidado entonces. ¿Cómo está Alba?

—Mucho mejor. Esta mañana despertó con bastante apetito. Se volvió a quedar dormida después de terminar de comer.

Se giró en el preciso instante que Piero se inclinaba frente a la cesta de Alba y depositaba un beso en su frente. Estuvo cerca de soltar un suspiro. Era más que obvio que él estaba enamorado de su hija. La devoción que profesaba por Alba solo lo hacía más atractivo.

—¿Hace cuánto se levantaron?

Nerea se dio la vuelta antes de que él la atrapara observándolo.

—Cerca de una hora atrás. Tuvimos que levantarnos porque no nos dejabas dormir con tus ronquidos.

—Nunca he escuchado una queja similar.

—Eso no quiere decir que no sea cierto. Además, lo último que has hecho con una mujer en tu cama, ha sido dormir. De lo contrario, las quejas no se habrían hecho esperar.

Nerea cerró los ojos al darse cuenta lo que acaba de decir.

—¿Te ayudo con algo?

Agradeció a Piero en silencio por dejar pasar su comentario.

—Casi he acabado, pero falta poner la mesa.

Su amigo asintió y se puso a ello.

Nerea se perdió de nuevo en sus pensamientos mientras terminaba de freír el tocino. Era mejor quedarse callada para no decir otra estupidez.

—No eres la mejor siguiendo el ritmo.

Nerea dejó de tararear, ni siquiera sabía en qué momento había comenzado a hacerlo.

—No se puede ser bueno en todo. Tenía que tener algún defecto para que el resto de mortales como tú no se sientan mal.

Le dio un guiño mientras dejaba el plato con tocino sobre la mesa.

—Yo soy bueno en todo.

—¿Estás seguro? Recuerda cuando te di una paliza.

—Deberías superarlo. Me tomaste por sorpresa.

—¿Así que es esa la mentira que te dices todas las noches para poder dormir tranquilo?

—Puedo vencerte cuando quieras. Es más, lo haremos después del desayuno y si te ganó harás algo que te pida.

—No me mudaré aquí —se anticipó. No se le ocurría otra cosa que él quisiera de ella en ese momento.

—Está bien.

Entrecerró los ojos y lo observó con cautela. Eso había sido demasiado fácil. ¿Qué es lo que estaba tramando? Y no, no iba a engañarse creyendo que él no tenía nada en mente al sugerir la apuesta. Detrás de esa sonrisa afable, se escondía un gran estratega.

—Y si yo gano, tú harás lo que te ordene —dijo.

—La sonrisa psicótica en tu rostro no es muy alentadora.

—¿Te estás echando para atrás?

—Para nada. Es un trato. —Piero estiró la mano y ella la tomó.

Después de desayunar, Piero se llevó a Alba a su habitación para cambiarle el pañal mientras ella lavaba los trastes. Él le había dicho que no era necesario, que se encargaría después. Pero prefería ayudar a quedarse sentada devanándose los sesos tratando de averiguar lo que él le iba a pedir. Aunque para ello tenía que ganar primero y Nerea no se lo iba a poner fácil.

Su amigo regresó más tarde con su hija reclinada en él y con la mejilla en su pecho.

—Mira quien está de regreso —dijo él.

La pequeña tenía los ojos abiertos y parecía fascinada observándolo todo. El tiempo que pasaba durmiendo era bastante, pero cuando estaba despierta exploraba las cosas con la mirada.

—Mi papá llamó justo cuando había terminado de cambiarla. Él y mi mamá estaban por abordar su jet privado.

—Creí que Ava había dicho que cancelaría su viaje.

—La convencí de no hacerlo. Me tomó un poco de esfuerzo, pero al final logré que cediera. Seguro que encontraré la manera de ingeniármela sin ellos.

—Asumo que no les contaste sobre el incidente de anoche.

—Mamá no habría abordado el avión de haberlo hecho. Cuando se pone en modo protector, nada la detiene y mi papá hace lo que sea para hacerla feliz. Mis papás llevan planeando este viaje desde hace un par de meses, no quería arruinarles la diversión.

—Entiendo a lo que te refieres.

Sus papás tampoco querrían dejarla sola de estar en una situación tan complicada como la de Piero.

—¿Puedes ayudarme con ella? Pondré a lavar la ropa y estaré con ustedes en un momento.

Piero le entregó a su hija, quien no pareció muy feliz por el cambio. Ella empezó a removerse e hizo un puchero. Alba, al parecer, ya sabía el poder que tenía sobre su padre. Su amigo se quedó en su lugar con los brazos aun extendidos como si fuera a pedirla de regreso en cualquier instante.

—Descuida, la tengo —lo tranquilizó.

Nerea la balanceó de un lado a otro y se alejó rumbo a la sala. Pronto Alba se calmó y se quedó mirándola. La llevó hasta el coche que estaba en un rincón y la acomodó dentro de él. Luego empezó a ordenar el lugar, parecía que un tornado había pasado por allí. No dejó de hablarle a Alba en ningún momento. Habló sobre lo que le gustaba hacer en su tiempo libre y sus comidas favoritas. La bebé se quedó dormida después de un rato.

Por un instante se imaginó que aquella era su vida. Un esposo e hijos que cuidar. Sus padres le habían mostrado que un matrimonio era un trabajo en equipo y se soñó teniendo lo mismo que ellos.

Sacudió aquellos pensamientos fuera de su cabeza. No tenía lógica que estuviera pensando en formar una familia cuando hace tiempo que no salía con un chico. Quizás ese era el problema, estaba demasiado sumergida en su trabajo que se había olvidado de todo lo demás. Necesitaba salir más y conocer personas.

—¿Estás lista?

La voz de Piero la sacó de sus divagaciones. Le tomó unos segundos darse cuenta de lo que hablaba.

—Sí.

Piero le lanzó un par de guantes de boxeo, luego movió la mesa de café a un costado para tener más espacio.

—¿Cuáles son las reglas? —preguntó.

—Todo vale. Pierde el que no pueda escapar del oponente.

Asintió.

Se colocaron frente a frente listos para empezar. Nerea bloqueó todos sus pensamientos y se enfocó en su respiración —era una técnica que había aprendido de su padre. Esperó pacientemente que Piero hiciera su primer movimiento. Él lanzó un puñetazo que ella esquivó y de inmediato ella lanzó su golpe. Logró darle en el vientre, pero no fue lo suficientemente rápida para alejarse.

Piero la tomó de la muñeca y en un movimiento le dio la vuelta. Su espalda quedó apoyada contra el pecho de Piero mientras él la abrazaba por detrás. Sus brazos estaban sujetados a lo cruzado y era difícil moverlos.

—Creo que gané —susurró él en su oído.

Nerea sonrió, no iba a dejarle ganar tan fácil. Alzó un pie y le dio un pisotón. Él soltó un gruñido y aflojó su agarre lo suficiente para que ella se deslizara hacia abajo. Giró en cuclillas y barrió el suelo con una pierna. Golpeó sus piernas con la fuerza suficiente para tirarlo al suelo. Sin perder su oportunidad se colocó sobre él y le dio una sonrisa victoriosa.

—¿Decías?

Piero no respondió, solo se quedó mirándola con una intensidad abrumadora.

Nerea tenía la respiración agitada y el corazón le latía a toda velocidad, pero dejó de importar, lo único que podía ver era los ojos oscuros de Piero atrayéndola como si de un imán se tratara. Algo estaba sucediendo entre ellos y tenía que pararlo cuanto antes, aunque no sabía cómo.

Era eso lo que temía de pasar tiempo con él. En dosis pequeñas podía controlarse, pero demasiado tiempo y dejaba de ser dueña de sí misma.

—Nerea… —dijo Piero en un susurro.

Su nombre nunca había sonado más sexy que en ese momento. Debió suponer que todo era parte de su estrategia; sin embargo, no lo hizo hasta que fue muy tarde.

Un segundo Piero estaba debajo de ella, al siguiente él la hizo rodar por el suelo y quedó encima suyo. Fue tan rápido que no tuvo tiempo de reacciona, ni mucho menos impedirlo. Piero presionó sus muñecas contra la alfombra y su cuerpo pesaba lo suficiente para mantenerla en su lugar.

Nerea se sacudió tratando de escapar, pero era inútil.

Piero se inclinó hacia ella hasta que el espacio entre sus rostros era ínfimo. Un poco más y sus labios se habrían tocado. Jamás admitiría lo mucho que deseó que él la besara.

—Gané —musitó él con esa maldtit@ sonrisa ladina que tanto detestaba. De pronto, se hizo para atrás y la dejó tendida allí recuperándose.

¿Qué diabl0s había sido aquello?

Se apoyó en sus manos para sentarse.

—¿Entonces qué es lo que quieres? —preguntó tratando de sonar indiferente. Era mejor fingir que nada había pasado.

Piero la observó en silencio unos segundos y luego sonrió. Él le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Ella lo tomó porque no hacerlo se habría visto sospechoso. Él tiró con la fuerza suficiente para que su cuerpo se estrellara con el suyo. Esta vez luchó contra las sensaciones que la invadían y se alejó pronto.

—Quédate aquí el fin de semana —dijo Piero.

—Acordamos que no me mudaría aquí.

—Y no te estoy pidiendo que te mudes, solo que te quedes aquí por dos noches. Después de lo de ayer todavía no me siento seguro de poder reaccionar como es debido si algo llega a pasarle a Alba.

Nerea vio la vulnerabilidad en sus ojos, pero no estaba segura de que aceptar fuera lo mejor después de lo que acababa de suceder.

—Fue un trato, Nerea.

Soltó un suspiro y asintió. Era j0dida mala idea.

—Genial, ahora vamos a conseguir algunas cosas para Alba. Ya casi no tiene pañales y la ropa pronto dejara de quedarle, está creciendo demasiado rápido.

—Primero deberíamos pasar por mi departamento, aunque me gusta este pijama, no pienso ir así de compras, además necesito una ducha.

Piero la miró de pies a cabeza, por un instante una emoción atravesó sus ojos, pero desapareció muy rápido.

—Claro.

¿Su voz sonaba más profunda de lo usual o era más de su imaginación haciendo de las suyas?

En su departamento Nerea se dio una ducha, se cambió de ropa y alistó una maleta pequeña para ese fin de semana. No dejó de repetirse que era una mala idea quedarse en casa de Piero mientras lo hacía.

Se dio un vistazo en el espejo de su habitación y tomó una profunda inhalación.

—Es solo un par de días, puedes hacerlo.

Salió de la habitación y fue a encontrarse con él. Piero estaba sentado en su sofá dándole de comer a Alba. Era la imagen más encantadora que podía haber presenciado y su recién ganada seguridad flaqueó.

—Estoy lista —anunció antes de echarse para atrás.

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