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Capítulo 1

Piero se quedó quieto en su lugar a la espera de que alguno de sus padres se riera y dijera que todo se trataba de una broma. Debía aceptar que era una broma bastante buena —nada propio de su padre—, pero a veces podía salir con alguna ocurrencia.

Desvió la mirada hacia su madre, que se había parado a lado suyo, y buscó algún indicio que la delatara. Si alguien iba a ceder primero sería ella.

Los segundos pasaron y el silencio se prolongó. Solo después de algunos minutos comprendió que no era ninguna broma.

—¿Hablas en serio? —preguntó.

—Sí.

Tomó una bocanada de aire y dio el primer paso, a ese le siguieron otros hasta quedar frente cerca de su padre, lo miró a los ojos y luego agachó la mirada hacia el bebé que él sujetaba en brazos.

No era la primera vez que veía un bebé, pero algo se removió dentro de él al ver a la que se suponía era su hija. Era pequeña, demasiado frágil. Su piel estaba sonrosada y de no haberlo sabido mejor, su primer pensamiento habría sido que estaba enferma.

Buscó algún rasgo que le indicara que en realidad era su hija, pero era difícil decirlo. Quien decía que los bebés se parecían a sus padres, no sabía de lo que hablaba. Para él los bebés eran muy parecidos unos a otros, al menos en sus primeras semanas de vida. Y, aunque no era un experto en la materia, era claro que aquella bebé no debía tener más de un par de semanas de nacida.

—¿Puedo? —preguntó con la voz en un susurro. La pequeña parecía tan cómoda que le daba pena despertarla por error, además, una pequeña parte de él no quería arriesgarse a hacerla llorar, no sabría cómo silenciarla. Si era sincero, no tenía mucha experiencia con bebés.

Hasta ese día no había considerado tener un hijo. Pasaba la mayor parte de su tiempo viajando entre países, sumergido en medio de lugares a los que solo se llegaban después de días de caminata. No podías hacer eso si tenías alguien a quien criar.

—Por supuesto —dijo su padre y estiró sus brazos para entregarle a la pequeña.

En sus brazos la sintió aún más diminuta de lo que era, si acaso eso era posible. Tenía miedo de usar demasiada fuerza y causarle daño.

—¿Qué más decía la nota? —preguntó con los ojos fijos en la bebé.

Su padre fue hasta la mesa de café y tomó un pedazo de papel de la cesta para bebé. Luego regresó y se la mostró.

“Piero, me habría gustado decírtelo de otra manera, pero creo que así es mejor. Está bebé es tuya. Sé que cuidarás de ella mucho mejor que yo.”

—¿Eso es todo? ¿No hay nada más al reverso?

—No.

Maldita sea. Aquella nota no decía nada. ¿Quién era su madre? ¿Dónde estaba? ¿Por qué la había dejado?

Tenía tantas preguntas y ni una sola respuesta. La única persona que podía responderle, se había esfumado dejando a la bebé en la puerta.

—El personal de seguridad no vio quien la dejó y no la habrían encontrado de no ser porque empezó a llorar —explicó su padre—. Estaba lejos del alcance de nuestras cámaras, así que no tenemos idea de quién fue. ¿Tú no tienes idea de quién es su madre?

Piero levantó la mirada llena de vergüenza. Sabía que no tenía malo irse a la cama con alguna que otra mujer, pero dejar embarazada a una de ellas y no saber de la existencia de un hijo hasta que había nacido, eso sí que era muy diferente.

—No. —Quería tener otra respuesta, pero nunca había tenido una relación formal. Si había acertado en la edad de la bebé, lo más probable es que se tratara de alguien con quien había estado hace unos diez meses. Un rostro borroso llegó a su mente, pero no fue capaz de recordar el nombre ni una dirección.

No se acostaba con cuanta mujer se le cruzara en el camino —tal como insinuaban algunos medios—, pero no tendía a llevar un registro de las mujeres con las que se iba a la cama y no era muy habilidoso para recordar sus nombres. Eran cosa de una noche y luego ambos seguían con su camino. Él lo sabía y ellas lo sabían. Sin embargo, un bebé lo cambiaba todo. Él jamás se habría desentendido de haberse enterado que alguna de esas mujeres estaba embarazada.

Sabía lo que era que alguno de tus padres no tuviera el suficiente interés en ti, incluso cuando decía amarte, y no quería que un hijo suyo sintiera alguna vez que no era importante para él.

—Dejemos eso para después —intervino su madre—. Mandé a uno de los guardias a comprar algunas cosas. No sabemos cuándo fue la última vez que la alimentaron, no tardará en despertar y estará hambrienta.

Piero agradeció no estar solo. Él no podía sentirse más perdido. No sabía nada de criar un bebé tan pequeño. Empezó a sentirse abrumado al pensar en todo lo que tenía que planear. Pañales, leche, ropa. ¿Qué iba a hacer con su trabajo? Era claro que debía dejarlo al menos por un tiempo y luego…

Sintió una mano sobre su hombro y se giró. Su madre le dio una sonrisa reconfortante.

—Todo estará bien.

Su madre se veía tan calmada, como si fuera algo normal encontrar un bebé en la puerta de su casa.

Un hombre entró a la sala con un par de bolsas en mano y se la entregó a su mamá.

Eran demasiadas cosas para una sola persona y aún más del tamaño que era.

—¿Conseguiste todo lo que puse en la lista?

—Sí, señora.

—Gracias.

El hombre asintió antes de marcharse.

—Vamos a la cocina, te enseñaré como preparar la fórmula. Ella está en esa etapa que come a cada instante.

Siguió a su madre hasta la cocina, se acomodó con cuidado en una de las sillas y observó atento cada movimiento de su madre. Ella le explicó cada paso y le agradeció por ello.

Su padre se había acomodado en otra de las sillas vacías y se mantuvo en silencio.

—Dejas caer una gota en tu mano para comprobar la temperatura. No debe estar demasiado caliente porque no queremos que se queme, ni tampoco demasiado fría o podría hacerle daño.

La bebé se removió en sus brazos y él la miró asustado. Quizás le había apretado demasiado y le estaba haciendo daño.

—Justo a tiempo —comentó su madre y se acercó para entregarle el biberón.

Entonces entendió que era hora de comer.

Piero miró de la bebé al biberón sin tener idea de que hacer a continuación. Sus dos manos estaban ocupadas en la pequeña, quién comenzaba a inquietarse. Un tierno puchero se formó en su rostro y abrió los ojos que estaban llenos de lágrimas.

No fue hasta el instante que sus miradas se encontraron, que reparó en el hecho de que aquello no era un sueño del que iba a despertar en cualquier momento.

Todo era real. Estaba despierto y cargaba un bebé… No, no era cualquier bebé, era el suyo. Una mirada a aquellos ojos oscuros llenos de lágrimas y su corazón se detuvo durante un instante. Todavía no tenía idea de cómo iba a ser su vida de allí en adelante, pero seguro como el infierno que no iba a dejar que nada malo le pasará a la bebé en sus brazos.

Su madre se apiadó de él y le enseñó como sujetarla en un solo brazo y luego le entregó el biberón.

—Siempre mantén su cabeza por encima de la línea de su cuerpo, no queremos que se atragante.

Piero miró a su madre alarmado al escuchar la posibilidad.

—Tranquilo, eso no va a pasar si lo haces como es debido.

Piero se tomó en serio su trabajo. Al principio ella rechazó el biberón, pero luego empezó a succionar con una habilidad sorprendente.

Sonrió con orgullo.

—Esa es mi chica.

—Fue una suerte que la dejaran aquí —comentó su madre—. Me preocupa que habría sido de ella si la hubieran dejado frente a tu casa.

Piero nunca había llevado a ninguna de sus conquistas a su casa y la mayoría no sabía que lo tenía. Ese lugar era solo suyo y prefería que se mantuviera así. Había sido algo bueno al final, porque ese era el motivo por el que la bebé había terminado en la casa de sus padres.

Piero retiró el biberón en cuanto la pequeña terminó de comer. No estaba seguro si sería suficiente para saciarla, según su perspectiva era muy poco, pero con su tamaño tal vez era más que suficiente. Tenía tanto que aprender y nada de tiempo.

—Permíteme —dijo su madre tomando a la bebé de inmediato. Ella se había colocado una tela sobre uno de los hombros y acomodó a la bebé con el rostro apoyado en él.

La pequeña empezó a llorar y él estuvo a punto de arrebatársela. Sí, tenía la certeza que nada en su vida iba a ser igual a partir de ahora.

Su madre mantuvo la calma y le frotó la espalda a su bebé, quién se calmó.

—¿Qué harás ahora? —preguntó su padre.

—Quedármela —respondió sin dudar. Estaba sorprendido de que su padre le preguntara algo como eso.

Su padre sonrió.

—Eso lo sé, te conozco muy bien. Me refería a cómo harás para cuidar de ella. Tienes tu trabajo.

Soltó un suspiro.

—Lo solucionaré.

—Estoy segura que sí —intervino su mamá—. Pero ya es muy tarde para pensar en ello ahora y alguien ya se quedó dormida otra vez.

Piero se levantó y fue a recibir a la bebé. Se dio cuenta de que debía pensar en un nombre, no podía seguir llamándola así.

—Puedes acomodarla en la guardería —sugirió su padre—, si se despierta todos la escucharemos a través de los monitores.

—Creo que la llevaré conmigo esta noche.

Su madre asintió dirigió el camino hasta la habitación, ella pasó primero y dejó las cosas de la bebé a un lado.

—Buenas noches hijo.

—Buenas noches, mamá.

Su papá le dio un asentimiento y se marchó junto a su madre.

—Somos solos tú y yo ahora.

Avanzó hasta la cama y recostó a la pequeña en la mitad que él no ocupaba. Miró el espacio detrás de ella y colocó algunas almohadas para que hicieran de barrera para que no se fuera a caer.

Se recostó a su lado, pero no se atrevió a apagar la lámpara. Durante lo que restaba de la madrugada, apenas durmió un poco. No podía dejar de despertarse cada vez que la pequeña se removía a su lado y fue así como lo encontró el amanecer. Despierto y con los ojos fijos en su hija.

Su hija.

No tuvo tiempo de procesar las palabras porque en ese momento su bebé se despertó y no parecía nada contenta.

—¿Qué es? ¿Qué sucede? —preguntó como si ella fuera capaz de darle alguna respuesta.

La levantó antes de que comenzara a llorar y un aroma nada agradable llegó hasta sus fosas nasales. Entonces entendió el motivo de su molestia.

Corrió hasta las bolsas y buscó entre ellas un pañal. También agarró el frasco de paños húmedos que había visto a su hermano utilizar.

Regresó a la cama haciendo malabares para no dejar caer nada y colocó a su bebé en la cama.

—Bueno, no debería ser tan difícil ¿verdad? —Retiró el mameluco que traía la bebé y abrió el pañal—. Esta sí que es gran manera de decir buenos días —comentó al ver el pañal sucio.

No solo era difícil, era casi imposible. Cambiar un pañal cuando su bebé parecía tan empeñada en hacerle el trabajo difícil. Ella no se dejó de mover y tampoco dejo de llorar en todo momento. Requirió mucha paciencia no rendirse.

Piero casi lanzó un grito al aire cuando por fin terminó, pero eso tal vez hubiera asustado a su bebé.

—Dame esos cinco —dijo y tomando la mano de su pequeña la estrelló con la suya—. Verás que seré el mejor papá.

Tal vez estaba hablando demasiado pronto.

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