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Capítulo 2; Un Ceo viudo.

Alexander Harrison,  observó la pantalla de su celular que no paraba de timbrar, ver el nombre de u madre, mientras se iluminaba el aparato, le producía una extraña sensación de angustia y desasosiego, sabía lo que se avecinaba, y aquello lo asfixiaba, se preparó mentalmente para lo que vendría, su madre era la única mujer que lograba crisparle los nervios de aquella manera.

—Madre, qué bueno recibir una llamada tuya.— le dijo en tono gentíl.

—Déjame decirte que no lo parece Alexander, de no ser por que te llamo, no sabría nada de ti.

—Exageras madre, hablamos hace dos días—dijo en tono cariñoso.

—Considerando que estoy enferma y podría morir en cualq...

—Detente—suspiró—no sigas con eso, madre, por favor, no puedes abandonarme, sabes que te necesito, Regina te necesita, no puedes hacernos ésto...

—Hijo mío, lo único que tenemos seguro en ésta cruel vida, es precisamente la muerte, nacemos con ella siguiendonos de cerca, dándonos una leve ventaja para que lleguemos a pensar que vamos ganándole, pero no es cierto, así que no temas y tómalo con la naturalidad que corresponde, ya estoy vieja como para andar con nimiedades.

—La muerte no es ninguna nimiedad, madre.— le dijo conteniendo su exasperación.

—Déjalo Alexander, dame la buena noticia de que vendrás pronto y por supuesto que traerás a esa novia tuya, que ni conozco.

—Si todo sale bien, será mi esposa madre.

—Es  precisamente lo que quiero Alex, quiero morir sabiendo que has encontrado una buena mujer, y que Regina tendrá la figura materna que merece—Alexander suspiró pesadamente.

— Voy a proponerle matrimonio hoy, quizás podamos celebrar una boda civil íntima, y estando allá con ustedes, organizar una boda eclesiastica, con la celebración pertinente.

—¿No seria mejor casarse aqui?, digo con tu hija y conmigo como testigo.

—Madre, si voy a hacer un viaje de tantos meses con ella, lo más adecuado es llevarla y presentarla como mi esposa, al menos en términos legales.

—Como quieras, lo único que me importa es que te cases y pronto— acentuó sus palabras.

—Madre...mejor dime,¿Ya hay fecha para que Regina esté de vacaciones?

—La semana próxima, así que te espero para entonces, ya sabes que Regina, es...

—Si, si, ya lo sé, te lo prometo madre, la semana próxima estaré alla con mi nueva esposa.— le aseguró decidido

—Preocupate en que sea la adecuada, una esposa que Iliana aprobaría para criar a su hija, te espero hijo...— y así cortó la comunicación. Alexander, retiró el artefacto de su oreja y se quedó observándo la pantalla con ojos empequeñecidos, su madre siempre debía nombrar a Iliana, y no es que el recuerdo de su ex mujer, le dejara algún mal sabor de boca, había sido muy feliz junto a ella, en los escasos dos años que disfrutó de su matrimonio, los dos mejores años de su vida, llenos de alegría y felicidad, cuándo Iliana le anunció el embarazó, no había podido estar más feliz, el fruto del enorme amor que compartían, nunca llegó a imaginar que al tener a Regina, perdería a Iliana, la tragedia lo había golpeado; un parto complicado que terminó entregándole al nuevo amor de su vida, pero arrebatándole a la única mujer que había amado...hasta que conoció a Adara Black, ella le había devuelto la ilusión en el amor, una despampanante pelinegra, de cabello largo y lacio, unas curvas de infarto, dedicada a las pasarelas, si tenía un rival en el amor de Adara, era precisamente su trabajo, ella era muy dedicada, siempre estaba modelando, nuevos paisaje, nuevas pasarelas, nuevas campañas fotográficas, tenía un estilo de vida bastante agitado.

Abrió el cajón de su escritorio y extrajo el estuche de terciopelo negro, al abrirlo se encontró con la preciada joya, un hermoso anillo de oro blanco, con un enorme diamante al centro, y pequeños diamantes decorando sus laterales, era precioso, y había costado un pequeña fortuna, nada que su adorada Adara no mereciera, de hecho, ella merecía todo, todo lo mejor del mundo. Aquella tarde la llevaría a un paseo, luego una romántica cena, una propuesta de matrimonio y terminar la noche enredado bajo sus sábanas, era el plan para un día perfecto, pensó en su exótica mirada cargada de deseo, sus hermosos ojos verde esmeralda brillando, como los de un ansioso felino que va tras su presa. Ella lo había enamorado completamente

Se habían conocido hacia poco más de un año, ambos habían asistido a la celebración de una subasta benéfica, allí un amigo en común les había presentado... Él un reconocido Ceo, dedicado a sus negocios, viudo hacia ya siete años, entregado absolutamente al empeño de convertir sus empresas en las número uno del país, ella... una exquisita modelo, jóven, hermosa, dotada de una gracia única, unos delicados movimientos, una sutíl elegancia, perteneciente a una importante familia. Al principio, ambos se vieron como la posible diversión del momento, no tardaron en fundirse en la alocada pasión, poco después, Alexander le habia pedido oficialmente ser su novia, desde ese momento habían sido vistos en muchos lugares juntos, ella le acompañaba siempre del brazo, él ajustaba sus horarios para siempre estar presente en sus eventos de modelaje más importante, así habían formado una formidable pareja. 

Adara, había tomado maravillosamente la noticia de que él tuviese una pequeña hija, en sus planes próximos, no deseaba ser madre, por los cambios físicos que aquello generaría en su cuerpo, al menos, no por el momento, cuándo su carrera se encontraba en la cúspide, ya que estaba llena de contratos y solicitudes, y aunque hasta el momento no había sido presentada ni a la madre, ni a la hija de Alexander, por motivos de trabajo, con la presencia de Regina, ella podría experimentar la maternidad de alguna manera, Alexander le había advertido que aquello no sería sencillo Regina, a pesar de ser muy jóven podría ser considerada como mimada, consentida, grosera y un poco altanera, y Alexander siempre justificaba el mal caracter de la infante con la ausencia de la figura materna, por más que la madre de Alexander se había esforzado en llenar el vacio de la difunta madre, para Regina resultaba muy desgarrador crecer sin su madre, por lo tanto Alexander intentaba complacerla en todo para no causarle más tristezas a su pobre hija...

Tuvo toda la intensión de arrojar el celular al escritorio, sin embargo decidió marcarle a Adara, para confirmar que estaría libre y saldrían, marcó el número y esperó, al tercer timbre la dulce voz de Adara inundó sus oídos, arrancándole una sonrisa.

—Hola, baby.

—Cariño— dijo tiernamente— ¿Cómo te encuentras?

—Bien, baby, intentaba descansar un poco.

—No me dijiste que estarías libre hoy. 

—Hubo cambios de planes de último momento, me cancelaron la sesión de fotos para la revista, baby, así que pude tomar un día libre, despues de sabrá Dios, cuánto tiempo.

—Trabajas demasiado, belleza. Sabes que podrías dejarlo si quisieras, ¿Cierto?

—Por supuesto Baby, lo sé, sin embargo sabes lo mucho que amo modelar, por muy extenuante que sea, es algo que disfruto mucho, mi amor.

—Lo sé, cariño, solo que a veces pienso que descansas muy poco y eso me preocupa, para mí lo primordial es, tu bienestar y estabilidad.

—Pero siempre estoy para ti— dijo en tono sensual.— Invitame a cenar a un lindo restaurante.

—Haz leído mi mente, querida, te llamo para invitarte a cenar.

—Por supuesto que acepto, baby. ¿A qué hora pasaras por mi?

—Sobre las ocho, tengo un día ocupado, ¿Te parece?

—Si— dijo animadamente— me pondré un hermoso vestido.

—Y yo disfrutaré quitándotelo...— dijo con voz cargada de un pofundo deseo.

—Estaré esperando ansiosa. Hasta entonces mi amor, nos vemos a las ocho, quizás decida omitir la ropa interior— dijo y rió como niña traviesa.

—Me encanta la idea, cariño, ahora debo dejarte, te veré esta noche.

—Estaré esperando.

—Te amo, Alexander.

—Y yo  te amo a ti, belleza— la escuchó arrojarle un beso, sonrió y cortó la comunicación, dejó el celular sobre el escritorio y suspirando se recargó de la silla...Esperaba que Adara no se sintiese muy sorprendida por la propuesta, le ponía un poco nervioso ser rechazado, la amaba, era obvio que quería que dijese que si, estaba seguro de que su madre la aceptaría en cuánto la conociera, y con un poco de suerte, Regina también la aprobaria.

Regina... su pequeña, testaruda y consentida hija, qué dificil era  lidiar muchas veces con ella, no quería ni imaginar toda la rebeldía que llegaría con la adolescencia... pero no la juzgaba, intentaba darle todo el amor posible, para él fue dificil perder a su esposa, para Regina era terriblemente doloroso y frustrante crecer sin una madre, esperaba que ella pudiese encontrar en Adara, una madre y que Adara, pudiese encontrar también satisfacción en la vida de su pequeña hija.

Suspiró.

Vivir no era facil, de hecho, era muy complicado, deseaba poder tener más tiempo libre para compartir con su pequeña, la amaba, pero él era torpe, un padre soltero que no terminaba de entender, aunque habían pasado ocho años ya, cómo debía llevar la relación con su hija, esperaba poder formar una familia estable, dónde su hija pudiese abandonar el internado y vivir con él, construir recuerdos inolvidables y darle todo ese amor que sentía por ella, pero que no sabía cómo expresar.

Adara... 

Adara estaba libre, su primer día libre en mucho tiempo, entonces, ¿Qué estaba esperándo para ir por ella?, la agenda de ella era inaplazable, sus días libres, muy poco, por su parte, él si podía reorganizar su agenda para pasar el día juntos, tomó el celular para llamarle y decirle que iría, pero decidió sorprenderla, de camino compraría rosas, una buena botella de vino tinto, y pasarían el día enrollado en las sábanas. Echó el celular al bolsillo de la chaqueta de su traje, apagó el computador y salió de su oficina, su secretaria alzó la vista, sus dos guardaespaldas se acercaron a él con sus rostros inexpresivos, esperando ordenes.

—Ava...

—¿Si, señor Harrison?— se puso en pie.

—Cancela mi agenda, no volveré hasta mañana.

—De acuerdo, señor— la mujer asintió, luego él se giró hacia sus hombres.

—Nos vamos, ahora mismo— ambos hombres asintieron en silencio y Alexander abandonó sus oficinas sintiendo la ansiosa alegría de la anticipación, de pasar el día con la mujer que amaba.

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