Capítulo 3
Teresa se quedó boquiabierta ante su tono arrogante. Ni siquiera se molestó en mirarla, más preocupado por su coche que por la persona a la que casi atropella.
—¡Hijo de puta! ¡Casi veo a mi abuela muerta! ¿¡ Pero solo te importa un trozo de metal!? —espetó, enderezándose y cruzando las manos sobre el pecho. Su ira se disparó como un reguero de pólvora y su boca se movió sola, escupiendo la primera respuesta impulsiva que se le ocurrió.
Una breve sorpresa se reflejó en su rostro, antes de ser reemplazada rápidamente por una mirada algo astuta y malvada. —Es tu culpa por no mirar por dónde vas. No fui yo quien cruzó la calle con el semáforo en rojo —le dijo con calma, casi como si estuviera regañando a un niño.
—¡Qué ! ¡Disculpen! ¡Yo no fui el loco que cruzó todos los límites de velocidad ! Teresa gritó, atrayendo aún más la atención. Una pequeña multitud comenzaba a formarse para observarlos discutir mientras permanecían de pie en medio de la calle.
¿ Esperas que me disculpe por tu estupidez? Sus ojos parecieron oscurecerse haciéndolo parecer aún más intimidante.
—Una disculpa no me llenará el estómago. Quiero que me pagues por el sufrimiento emocional que me causaste —dijo con seguridad, negándose a rendirse solo porque un hombre aterrador con traje se creía un dios.
Una risa profunda retumbó en su pecho, sin llegar a sus ojos. El hombre se acercó un paso más, invadiendo su intimidad. Teresa luchó obstinadamente contra el impulso de retroceder. Cada fibra de su cuerpo le gritaba que se diera la vuelta y corriera, pero se quedó mirando al guapo hombre que ahora estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo y oler su colonia.
—Escucha con atención, niñita. Tu palabra contra la mía no significa nada. Deberías agradecerme que te haya dejado escapar tan fácilmente. Intenta sacar algo de esto y te arrepentirás. Da por sentado mis palabras. —Su voz le provocó escalofríos incómodos y le erizó el vello de la nuca. Había algo inquietante en la forma en que la amenazaba, estando tranquilo y sereno.
Teresa abrió y cerró la boca como un pez mudo. Los tornillos de su cabeza se apretaban entre sí, intentando encontrar una buena respuesta. Pero su mente estaba vacía.
Sus labios, que estaban tensos en una fina línea, se separaron ligeramente, dejando escapar un bufido gutural. Patético... murmuró, dándole una última mirada molesta antes de darle la espalda y dirigirse al coche.
Ella se quedó atónita. ¿La acaba de llamar patética?
—¡Oye ! ¡ Todavía no he terminado de hablar contigo, idiota! Teresa gritó y la rabia irradiaba de ella en oleadas.
El hombre la ignoró, sin siquiera dedicarle un segundo a mirarla. Esa fue la gota que colmó el vaso, ya rebosante. Antes de que pudiera procesar lo que hacía, Teresa se dirigió hacia él, con sus ágiles dedos deseando hacerlo. Sus ojos estaban fijos en la silueta de una billetera en su bolsillo y no pudo resistir el impulso.
"Sólo recibo la compensación por la angustia... Ni siquiera podría llamarse robo".
Justo cuando el hombre estaba a punto de subirse a su lujoso coche, ella pasó corriendo junto a él, robándole la cartera sin que nadie se diera cuenta. Podía sentir la ligereza del dinero y el cuero suave bajo sus dedos mientras desaparecía entre la multitud, dejando una vez más que sus pies la llevaran entre los altos edificios y las masas grises de población humana.
Teresa corrió varias cuadras a buen ritmo. No se arriesgó a reducir la velocidad por si alguien la seguía, pero por suerte, nadie la seguía. Finalmente, redujo la velocidad, sintiendo que se le agotaba la energía.
La joven se agarró el torso, apoyada contra la alta pared de ladrillos de un edificio ruinoso, mientras intentaba recuperar el aliento. El corazón le latía con fuerza contra el esternón y un dolor agudo y familiar le atormentaba el costado. « Estoy fuera de forma... », murmuró en voz baja, con las palabras amargas en la lengua.
Su mirada se posó en una billetera que aún sostenía en una mano. Parecía nueva, con el cuero negro casi intacto. Dentro había más tarjetas de crédito que podía contar, además de varios billetes de dólar.
Sus labios formaron una sonrisa de Cheshire en su arrogante triunfo. —Benjamin Franklin, mi difunto favorito. Siempre me alegra verte . Teresa hojeó los billetes con orgullo, y su mirada penetrante se detuvo en lo que parecía ser una tarjeta de visita. Ricardo Chirinos … Leyó el nombre escrito en la tarjeta, seguido de CEO de Chirinos Enterprises.
Había oído ese nombre antes, pero su mente se negaba a recordarlo. Teresa se encogió de hombros y se guardó la cartera. En fin, no era asunto suyo. No era como si lo volviera a ver...
Con eso en mente, regresó a su antiguo apartamento, a una hora a pie del centro de la ciudad. Si tuviera coche, probablemente tardaría veinte minutos en llegar a casa, pero esa no era la opción dada su situación financiera, que solo podía describirse como de bancarrota.
Teresa suspiró mientras subía las escaleras arrastrando los pies. Resoplando y jadeando, finalmente logró llegar viva al tercer piso. No era que estuviera completamente fuera de forma, quizá un poco oxidada, pero el hecho de no haber comido nada en dos días enteros era una excusa seria para su falta de energía.
Revolvió su mochila, buscando entre la basura hasta encontrar las llaves. La joven consideró darse por vencida varias veces. Derribar la puerta parecía mucho más fácil que encontrar algo en ese cubo de basura que parecía una mochila.
