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2. ¿Dónde vas pequeña mariposa?

Todo era igual en ese tipo de reuniones, gente sonriendo, levantando sus copas, fingiendo que no buscaban la manera de llevar a la ruina a la persona que estaba enfrente de ellos.

— ¿Enrico aquí estás? — Melanie Salvatore apareció vestida de manera despampanante, con un vestido de cóctel negro que se ceñía a su cuerpo a la perfección, haciendo que sus curvas fueran aún más prominentes a la vista. Sin embargo, pese a la belleza de su futura prometida, no sentía nada por ella, ni siquiera deseo, lo que contrastaba con la mirada lujuriosa de la mayoría de hombres que en ese momento se encontraban en la habitación. Enrico la encontraba demasiado superficial, aunque claro, no esperaría más de alguien criada para ser una esposa trofeo.

— Mi padre quiere hablar contigo.

— Entonces vayamos, no lo hagamos esperar.

La trivial charla, los chistes sobre política y las pequeñas pullas por ver quién tenía más grande la cartera, seguidos de la invitación a fumar puros junto al imprescindible Whisky o coñac, tenían a Dumas por primera vez hastiado, sentía que le faltaba aire. Las risas tanto del padre como de la joven empezaban a marearlo, necesitaba salir de allí a toda prisa.

— ¿Querido te sientes mal?

Enrico no contestó, simplemente le hizo un gesto con la mano para que no se acercará, levantando su mirada hacia el hombre frente a él.

— Si me disculpan.

Ni siquiera dijo si se ausentaría solamente caminó lejos de ellos, lejos de todos, saliendo de la recepción donde se encontraba hacía un pequeño balcón, aflojándose por completo la corbata, antes de sujetarse con fuerza del barandal de hierro forjado que impedía que alguien se cayera al acercarse, curiosamente a un lado se encontraba una pequeña escalera de servicio. Enrico soltó una carcajada al percatarse de ese error arquitectónico o tal vez el encargado de la construcción del hotel tenía familiares a quienes les beneficiaría una manera muy conveniente para acceder a las habitaciones superiores como en la que en esos momentos se encontraba.

Al fin logro controlarse y volver a ser él mismo, estaba a punto de marcharse cuando su mirada se quedó fija en una escena peculiar que se desarrollaba a unos metros debajo de él sobre la calle, una joven siendo perseguida por un par de hombres, estos no parecían ser hampones o secuestradores cualquiera, tampoco la joven parecía ser alguien común, con los años Enrico podía distinguir a las personas nacidas entre la opulencia, de entre las "personas normales". Tras unos breves segundos y sin pensar muy bien el porqué intervenir, llamo a su jefe de seguridad y le dio algunas indicaciones.

Sus órdenes fueron cumplidas al pie de la letra, eso lo sabía, sin embargo, su mirada seguía atento a la mujer que ahora caminaba más confiada al darse cuenta de que ya no era seguida por los dos escoltas, había algo en esa mujer que le hacía imposible dejar de observarla, era tan diferente a su prometida, en su vida Enrico había conocido infinidad de mujeres, pero ninguna le había causado tanta curiosidad como esa mujer, era tanta su fascinación que no dudó en caminar por el balcón tratando de ver a donde se dirigía, notando cómo se subía convenientemente en la escalera que momentos antes había descubierto.

— ¿Dónde vas pequeña mariposa? — murmuró de pronto Enrico, sorprendiéndose a sí mismo ante la forma que él le había nombrado.

Se alejó del campo de visión de la joven para seguir observándola sin ser descubierto, si entre más podía apreciar a la joven no solo se dio cuenta de su belleza suave y sutil, no tan escandalosa como la de Melanie, pero no por eso dejaba de ser deslumbrante, justo como la de una mariposa saliendo de su crisálida. No estaba en sus planes darse a notar hasta que la joven llegará al balcón, sin embargo, justo antes de hacerlo, ella resbaló y no dudo en socorrerla.

— ¿Pero en qué estás pensando? Debes tener más cuidado, ¿Acaso crees que una caída del cuarto piso no es nada?

*************

Era extraño estar en un país en el que a sus 19 años podía ser lo suficientemente mayor para cuidar de sí misma, pero no para comprar alcohol, una de las cosas que más le había costado aceptar de vivir en los Estados Unidos era tener que adquirir una botella de vino de contrabando, como el que consume alguna droga ilegal, y tampoco se iba a conformar con un vino cualquiera, porque si había algo que Chiara tenía claro es que su paladar se merecía lo mejor y no podía deshonrar su linaje mancillando su garganta con un brebaje cualquiera.

Toda su vida giraba alrededor del vino, procedía de una de las familias más ricas de Italia, dedicados a la elaboración de aquel licor, incluso, una de las variedades que los Marchetti comercializaban, en este caso de vino blanco, había sido creada en su honor, un frizzante joven al que su padre nombró Danielle por su segundo nombre, una nueva creación lanzada en honor a su nacimiento, afrutado y con cierto regusto a manzana.

Criada entre viñedos y con la mejor educación que el dinero podía pagar en la Toscana Italiana, Chiara creció feliz y llena de atenciones, fue una niña ejemplar de calificaciones sobresalientes, una fantástica pianista y excelente en el conocimiento del protocolo que cualquier señorita de alta cuna debería tener, agraciada físicamente y con una agradable y ocurrente conversación, era la hija perfecta, única heredera del imperio que sus padres habían cosechado juntos al unirse dos de las cavas de vino más importantes del país con su matrimonio, para convertirse en las famosas bodegas Marchetti.

Poco nadie esperaba, en especial Leandro Marchetti, el padre de Chiara, que su hija en lugar de estudiar empresariales decidiera mandar una solicitud de ingreso a la universidad de Bellas artes de Nueva York, ni siquiera habia elegido una rebombrado universidad y si queria estudiar arte en Italia habia universidades perfectas para ello.

Aunque no fuera un secreto lo mucho que a la joven le apasionaba la pintura y como se abstraía al plasmar sus ideas, los paisajes, o tan solo la simple frustración con los colores sobre un lienzo en blanco, nadie hubiera imaginado que el único deseo de Danielle fuera experimentar la normalidad, lo que era poder pasear sola por la calle, o vivir en un lugar donde nadie supiera quién era, ni tuviera guardaespaldas escoltándola a todos lados.

— Pero no puedo permitir que pases cuatro años lejos de casa — Negó rotundo Leandro cuando su hija le mostró la carta de aceptación de la universidad a la que deseaba acudir — Me niego a tenerte al otro lado del mundo y no saber que haces por allí.

— Haré lo que quieras— Aseguró Chiara intentando convencer a su padre— ¿Querías que me comprometiera con aquel hijo de tu socio, no?— suspiró observándolo con los ojos grandes y brillantes, el semblante algo decaído, esa carita a la que su padre no podía negarle nada, pero en ese momento sabía que solamente había una forma de que accediera —Acepto, cuando termine la universidad, después de esos cuatro años, volveré a casa y me casaré con él, incluso me prometeré antes si quieres, pero solo si puedo vivir esos años como yo quiero.

Leandro la observó pensativo, aquella alianza era muy buena y aseguraba su posición en los negocios no tan legales que tapaba y blanqueaba con las finanzas de las bodegas.

— Está bien, pasarás las vacaciones de verano y las navidades en casa y si en algún momento requerimos que regreses lo harás sin rechistar— Él no estaba dispuesto a ceder y Chiara sabía que era mucho más de lo que había esperado en un principio.

— Sin guardaespaldas— pidió apretando un poco más a Leandro.

— Tendrás vigilancia, lo quieras o no, no es negociable.

De eso habían pasado ya unos meses, se había hecho con un discreto apartamento cerca de la universidad que no era nada lujoso, su ropa tampoco indicaba la clase social de la que la joven procedía, y se hacía llamar por su segundo nombre, Danielle, al cual había añadido un apellido de lo más corriente en Italia que no la vinculaba con los orígenes que tenía en realidad.

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