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Capítulo II: ¡No quería ser infiel!

La noche estaba “floja” para conseguir clientes, así que sentadas a la mesa, disfrutando de una bebida, me encontraba escuchando las congojas de una de las prostitutas nuevas, una que recién se había iniciado en el negocio y andaba deprimida, con ganas de sacar lo que le quemaba el pecho.

—Cómo te digo, me quedé de piedra al encontrarme con Marcos. Me vio completamente desnuda durante un par de segundos, hasta que me tapé con una toalla lo más rápido que pude, por lo que creo apenas tuvo tiempo de verme bien, aunque seguramente lo hizo a detalle.

—¡Marcos, por favor! —le dije haciéndole entender que saliera del baño cubriéndome con la toalla.

—Perdona, no me di cuenta —dijo como respuesta poco creíble, mientras sonreía, al mismo tiempo que cerraba la puerta tras de sí.

Él sabía de sobra que era yo la que estaba en la regadera, así que no podía disimular, y lo peor de todo es que Quique, estaba en el cuarto contiguo, supongo que dormido y me imagino que se hubiera enojado bastante si lo hubiera atrapado ahí, pero Marcos era un hombre con mucho cinismo.

Debo reconocer que yo me sentía muy atraída por él a pesar de eso.

Cuando estaba en mi cuarto secándome y Quique, seguía dormido, Marcos, entró en mi cuarto sin llamar a la puerta, asomando la cabeza.

Otra vez me pilló encuerada, aunque me di la vuelta en seguida:

—Oye no encuentro las toallas ¿Puedes darme una? — me dijo como si nada

—Si claro, ahora voy —dije tapándome otra vez con la toalla.

Me puse una bata y salí tras él en dirección al baño para decirle donde estaban las toallas. Nada más salir de mi habitación, me volví a quedar helada, ya que Marcos estaba completamente desnudo esperándome en el pasillo.

—Oh, perdona, no sabía... —dije algo ruborizada.

—No te preocupes, no tengo nada raro ¿o sí?

No contesté, no sé qué me pasó, pero no le quité la vista de encima, podía haber vuelto la cabeza, en cambio no lo hice. Marcos era un chico perfecto, con un rostro que me encantaba y un cuerpo muy musculoso, se notaba que hacía deporte, tenía dos fuertes brazos, unos muslos muy anchos, un torso bien marcado al igual que sus abdominales, unas manos muy bonitas y una verga que, aunque en reposo, me pareció bastante grande y hermosa.

Tenía el pecho cubierto de pelo castaño claro, igual que sus brazos y piernas.

Él se dio la vuelta y caminó en dirección al baño y yo lo seguí, sin perderme detalle de su preciosa anatomía: grandes espaldas, un cuerpo muy bien proporcionado y un culo duro y apetitoso que se cimbraba a cada paso que daba delante de mí.

Me fui excitando por momentos, pues no se ven hombres así todos los días.

Entré en el baño y allí estaba esperándome de nuevo de frente, a pocos centímetros de mí tal y como su madre le trajo al mundo. Mi corazón se iba acelerando y podía notar las gotas de sudor en mi espalda, las piernas me flojeaban, mis mejillas ardían... Seguí observándole medio atontada, sobre todo sus atributos, que me parecieron muy bonitos.

Un sonrosado glande sobresalía de la piel de su pene, bastante grueso, a pesar de estar fláccido. Tenía su miembro rodeado de un vello castaño claro, así como todo el vello de su cuerpo.

Las gotas de agua se resbalaban por su piel. Su pelo mojado, sus hombros brillantes y una gota se deslizaba desde su ombligo hasta llegar a la punta de su glande, quedándose allí como invitándome a que la secara con mi lengua.

¿Qué me estaba pasando? ¿Estaba loca por estar haciendo eso? Mi novio, el hombre que me amaba y me adoraba estaba en el cuarto de al lado, y yo calentándome a lo pendejo por un infeliz egoísta y traidor que no respetaba la amistad.

Estaba muy bueno y muy guapo, eso nadie lo ponía en duda, pero no le importaba provocar a la novia de su amigo, no le importaba traicionar la confianza que Quique, le tenía, ¿Y yo? ¿Había perdido el respeto por mí misma? ¿Estaba apendejada por ese cabrón que no lo merecía? Desde luego no era dueña de mis actos.

El caso es que no cambié en mi actitud de observarlo con detenimiento, todo lo demás no parecía importarme en ese momento, ya me estaba volviendo igual de cínica que él y también una traidora infiel.

—¿Te has quedado un poco sorprendida? —me preguntó.

Volví a la realidad, tras oír su pregunta.

—Si, lo cierto es que no esperaba verte así...

—¿Desnudo?

—Si.

—Bueno es algo natural, al menos a mí me lo parece ¿no?

—Si, pero...

—¿Acaso no te gusta verme así?

—No, pero es que...

—¿No te gusto?

—Si, claro, o sea, quiero decir no, perdona... mira, aquí están las toallas —le dije muy nerviosa.

Me puse colorada como un tomate, le di las toallas y salí como un cohete de ahí. Al llegar a mi cuarto, me apoyé en la puerta intentado recuperar la respiración y mis pulsaciones, que sin duda se habían puesto a más de 100.

Quique, seguía durmiendo. Me despojé de la bata y mis pezones estaban duros como piedras, al tocarme uno de ellos noté un escalofrío por todo mi cuerpo.

Al acariciar mi cintura, notaba en mi sexo los latidos de mi corazón, me palpé la rajadita y estaba muy húmeda. Me había puesto cachonda de ver a Marcos desnudo y la situación de haberse producido estando Quique tan cerca, creo que me excitó aún más.

Clavé un dedo en mi panocha y comencé a masturbarme de espaldas a Quique.

Mi respiración se aceleraba, no quería hacer demasiado ruido para no despertarlo. Me senté en el borde de la cama y continué tocándome las tetas y metiendo un dedo en mi mojado sexo, hasta que pronto me vino un orgasmo prolongado, lo que me hizo soltar algún gemido, aunque procuré apagarlos tapando mi boca con la bata.

Me había masturbado pensando en Marcos y mis pensamientos me incitaban pensando en hacer el amor con él, en sentirme atrapada entre sus potentes brazos, en engañar a mi novio y dejarme arrastrar por el placer.

Después de desayunar, salimos los tres a dar una vuelta y fuimos al mercado a comprar las cosas para la comida, pues Quique quería agasajar a su amigo con una buena paella, era su especialidad.

Al volver a casa, yo me puse un vestido estampado corto de verano sin mangas, Quique, también se acomodó con unos pantalones cortos y una camiseta y Marcos, me sorprendió de nuevo al bajar al comedor con tan solo su calzón, mostrándome su desnudo y atlético torso.

—¡Que sexy estás con ese vestido! —me piropeó.

—Gracias. —contesté agradecida, aunque mi pulso comenzó de nuevo a acelerarse.

Mientras Quique preparaba la paella, Marcos y yo poníamos la mesa. En un momento, cuando yo estaba estirada apoyada sobre la mesa colocando los platos, Marcos se pegó a mí por detrás, juntando su pelvis a mi culito, lo que hizo que todo mi cuerpo sintiera un escalofrío.

Así permaneció unos segundos y yo no hice nada durante ese tiempo, me estaba calentando por momentos y me gustaba sentir la dureza de su miembro en mi culo.

Como aquello no le pareció suficiente, sus manos agarraron mi cintura y subiéndolas lentamente acarició mis pechos por los costados de mi vestido.

Fue entonces cuando me separé de él.

—¿Estás loco, pendejo? —le dije con enfado.

—¿Acaso no te gusto? —preguntó con ironía y con cara de lujuria.

—Estás, pero si bien pendejo.

—Vamos preciosa, sé que te gusto y que estas cachonda.

Vaya descaro y vaya cinismo que tenía el desgraciado.

Lo cierto es que lo que decía era verdad, estaba muy encendida, casi fuera de mí y lo que más deseaba era ver su verga a tope y sentir sus manos sobre mi piel, meterme su aparato en la boca o sentirlo entre mis piernas.

Lo sabía el muy cabrón. Pero no podía ser, mi novio estaba en la cocina con la puerta abierta, no podía ser, era una locura.

—Marcos, no insistas por favor, ¿quieres que se lo diga a Quique? —le dije de nuevo a modo de amenaza con la intención de que abandonara su actitud.

—Vamos, no seas tonta, es lo que te apetece, niégalo sino...

No lo negué, pero tampoco dije nada. Me apoyé semisentada en la mesa esperando

su nueva reacción. Se colocó frente a mí y me preguntó:

—¿Quieres verme desnudo otra vez?

—No Marcos, por favor, Quique, puede verte...

— Mejor aún, me encanta el morbo de poder ser descubiertos.

—Pero Quique, es mi novio y es tu amigo...

—Y tú eres una preciosidad y te deseo, lo demás no importa, además noto como estás de caliente... ¿No te gustaría ver mi cuerpo otra vez?

Cómo sabía el muy cabrón, que yo estaba caliente, muy caliente. Marcos cumplió sus palabras y se bajó el calzón quedando nuevamente desnudo frente a mí.

Esta vez su camote se mostraba a pleno rendimiento, y que rendimiento, era un aparato más grande de lo normal. Su cabecita brillaba igual que mis ojos que no apartaban la vista de él.

Me quedé inmóvil, en la misma posición con mi culo apoyado en la mesa del comedor.

—Marcos por favor... —le supliqué, aunque en el fondo me maravillaba verle así.

Se acercó hasta mí, me agarró por la cintura, me separó las piernas y se apretujó contra mí, al principio yo me dejaba hacer, no sabía lo que me pasaba, no era dueña de mí, la locura había llegado al máximo. ¿o aún no?

Se metió entre mis piernas y gracias a la altura de la mesa su sexo quedó a la altura del mío, percibiendo su calor y la dureza de su verga desnuda sobre mi chochito a través de la tela de mi vestido y mis ya mojadas braguitas.

Lo separé de nuevo empujándolo por el pecho.

—Para ya por favor, Quique está ahí...

Por un momento miré a la cocina, aunque mi novio parecía estar muy ocupado con su paella, se le oía trastear con los utensilios. Marcos volvió al ataque pegándose a mí de nuevo y me acariciaba las tetas por encima del vestido y yo evidentemente me entregué a sus caricias, era algo contra lo que no podía luchar y era lo que más deseaba.

Comenzó a besarme primero en cortos y suaves besos sobre mis labios y que acabaron siendo apasionados, cuando nuestras lenguas se juntaron en nuestras ardientes bocas.

Yo estaba hasta la madre, sin importarme nada, es más, me excitaba mucho la idea de poder ser descubierta por mi novio, y claro, lo que era inevitable era que mi novio tuviera un amigo así, que una no es de piedra y eso Quique, debería saberlo.

Me fue quitando despacio los botones de mi vestido, hasta que mis tetas saltaron fuera de él pues no llevaba sujetador y Marcos, siguió con el chupeteo sobre mis chiches, pellizcando mis pezones con sus dientes, a mí me encantaba, estaba alucinando, un gusto tremendo me invadía.

Después me despojó por completo de mi vestido, dejándome sólo con las pantaletitas. Él parecía estar disfrutando igual que yo con la situación.

Se agachó frente a mí e intentó bajarme los calzones. Yo me resistí agarrándolos fuertemente y tirando de ellos hacia arriba.

—No, no, por favor, me vas a desnudar... —le dije en voz baja, sintiendo aquello como algo que no parecía tener remedio.

—Schsssssss —me hizo callar volviendo a bajarme los calzones lentamente por mis muslos observando detenidamente mi coño.

—¡Mmmmmm! Está bien recortadito como a mí me gusta. Me encanta ese hilillo de

pelos alrededor de esa preciosa panochita.

No se hizo esperar y metió su cara entre mis piernas devorando literalmente mi sexo, mis muslos, mi clítoris. El gusto fue en aumento y yo estaba como una loca caliente. Abría las piernas inconscientemente para que pudiera llegar mejor a todos los rincones de mi sexo.

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