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Comienzo de un Fin

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Aligam
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Sinopsis

Este es el trasfondo en el que se mueve el talentoso autor Luois Riva, nuestro personaje principal. Guapo, joven y desafortunado. Ingenuo, sobre todo, convencido de que puede vivir su vida congelándola en una burbuja. Convencido de poder detener el tiempo, o más bien hacerlo girar en un bucle en constante cambio. Convencido de que el cambio no es más que una quimera, para alguien como él. Y mientras tanto pasa sus días cambiándose de ropa, asumiendo el papel de líder de una banda de ladrones cuando es necesario, el de hijo descontento de un camionero mal pagado, el de un amigo demasiado leal, el de un Mecánico enamorado de su moto. Entre el espeso follaje de esta trama, ella, Lara conocida como "Amor", muchas veces se enreda, enfadando y deleitando a la protagonista. Que lo ama con locura, pero que no puede encontrar su amor correspondido debido a una promesa muy estúpida que le hace Luois a su hermano. Estos son sólo los ingredientes principales de una receta elaborada, en la que cientos de especias diferentes encuentran espacio: desde un hijo de papá que juega peligrosamente a ser un narcotraficante de alto nivel, hasta un jefe siciliano que intenta limpiar la mafia en las ciudades de la costa romana. Hay acción, hay patetismo. Y todo se sirve en porcelana poética, a veces refinada y refinada, a veces cruda y tosca. La muerte no es el fin de todo, no es el fin del camino, porque se pagan las deudas, se pagan las faltas y se perdonan los pecados. E incluso si mueres una, cien o mil veces más, siempre puedes volver a levantarte.

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Capítulo 1

Hoy es un día que nunca pasa.

Llevo trece horas recorriendo kilómetros con el culo encima de un camión articulado y la carretera parece una gigantesca letrina soleada que huele a asfalto suelto y a chapa levantando polvo.

Es el verano más trágico de mi vida, además porque no recuerdo los demás, estaba demasiado borracho. Pero desde hace un tiempo vivo sobrio, con los ojos abiertos y la nariz oliendo el aire tóxico y sabiendo de lo que hablo: he dejado de creer en el futuro, en las putas cosas que hacer dentro del año, en todo. Quizás nunca lo creí realmente.

- ¡ Y muévete! - , me grita un yuppie del Duetto que se ha volcado al adelantar, que mientras me corta el paso muestra el dedo corazón.

- ¡ Bastardo! - Le trueno con la bocina del camión que hace temblar todo el carril, pero no puedo perseguirlo, no puedo matar a este marica que corre porque no quiere perderse el paraguas de la primera fila.

Hay que respetar la calzada, hay que respetar el maldito límite, ochenta horas, aunque ya hayas hecho mil quinientos kilómetros y sin paradas. ¿Qué tipo de vida es ser camionero? Es una vida en movimiento que no lleva a ninguna parte. Mejor darle un golpe en la cabeza y no volver a hablar de ello nunca más.

A veces siento que me hundo en este río desbordado de paradojas. Y papá, ciento trece kilos de principios saludables, duerme a mi lado y ronca tan fuerte que se vuelve hipnótico. Se quedó dormido más o menos en el cruce con el cuadrante norte, justo después del peaje de Roma. No puedo despertarlo, condujo tres días sin parar. Odio sentarme en esta silla de cuero que arroja espuma y con resortes que explotan en cada bache. Son los neumáticos, viejos y secos, otra zanja y se pinchan.

El coño del Dúo corre y brama un cántico de estadio, como un hincha que acaba de ganar la copa, quisiera embestirlo pero este maldito camión no es mío y ni siquiera tengo licencia.

Ahora lo veo así, hay tres fases de la vida: la fase exterior, la fase frontal y la fase interior.

Afuera casi siempre es la vida que alguien ha elegido para ti y que te obliga a hacer de todo menos lo que te apetece hacer; delante está el que vives distraído, pensando en otra cosa, y hace que el tiempo se te escape sin haber captado nada; dentro está la vida que te gustaría y que persigues como un loco sin alcanzarla. Son sueños, planes para el futuro, cosas que te despiertas una mañana y te das cuenta que no son para gente como tú. Y en realidad no hago más que vivir la vida fuera y delante, y la vida dentro ahogada en las articulaciones.

- ¡ Joder, sí! -

Entro al carril y entro al área de estacionamiento de vehículos pesados, no los encuentras por todos lados. El Autogrill equipado parece un espejismo.

Son las dos de la tarde de una tarde de agosto y me muero de hambre. Si fumo otro cigarrillo me muero, tengo que beber. Apago el motor y el camión se calma, resopla, suena como un bisonte en agonía dando su último aliento, y mi padre se despierta sobresaltado.

- ¿ Qué estás haciendo, Río? No podemos parar - murmura, con el aliento oliendo a tabaco.

- Escucha papá, tengo que orinar. -

No espero a que responda, sé que me obligará a hacerlo en la botella, simplemente bajo. Salto y mis rodillas se doblan, estoy rígido. Me estiro, incluso hago seis flexiones y me cruje la espalda. ¿Cómo se quedó mi padre aquí durante veinte años? En dos días ya estoy agotado. La próxima vez que decida hacerle un favor, me golpearé a mí mismo primero.

Camino por la zona de descanso bajo este sol abrasador y parezco cojo, con las piernas insensibles, como si hubiera caminado desde Mestre.

Maldigo. A unos pasos de la entrada me doy cuenta de que el karma es a veces un invento verdaderamente hermoso: aquí está aparcado el Dúo que me cortó.

Entro al bar con una sonrisa malvada y empiezo a mirar a mi alrededor. Hay una multitud, todos van a la playa, estos cabrones bronceados que huelen a Coppertone. Tengo doce personas delante, por suerte el cajero es una astilla, cuenta con cohetes en los dedos. Pago el agua y el café y me acerco al mostrador.

- Hazmelo en el cristal - le digo al chico que se mueve descoordinado, como quien ya no sabe a quién darle el cambio. Aquí hay olor a caramelo y sudor, un parloteo de risas y conversaciones superpuestas y hombros y codos que se tocan y empujan y hacen estallar mis nervios ya desgastados por el viaje. Tengo la lengua atascada, bebo la botella de agua helada sin recuperar el aliento y luego me meto el café caliente en la garganta y me dan espasmos en el estómago. Sólo necesito infligirme congestión a mí mismo. Tengo que enjuagarme la cara, bajo corriendo al baño. Llego al lavabo y meto la cabeza bajo el chorro, afuera hará cuarenta grados, me secaré rápidamente.

Pero mira ese tipo , ¿no tiene casa? , escucho una voz masculina riendo. Y se refiere a mí y a mi casi ducha. Lo miro mal, luego lo miro mejor: el coño del Dúo.

Ahora es asunto tuyo, creo.

Soy vaga, se me da bien: paso junto a él pero no lo pierdo de vista. Esconde su cara de idiota detrás de grandes gafas de sol de espejo, y reflexiono sobre su trayectoria mientras nos acercamos a la salida. Charla con una chica rubia delgadita que se ha olvidado la camiseta y está de pie con las tetas al viento como si el bikini estuviera permitido en todas partes, ya que está de vacaciones y se dirige a la playa. Rozo mi hombro contra el chochito, no lo miro, tomo dos cajas de condones del estante, desengancho una camiseta sin mangas de una percha y con un movimiento relámpago los meto en la mochila entreabierta. lleva sobre sus hombros. El coño no nota nada, se para frente a mí pero continúa burlándose de mí, habla de que goteo en el suelo. Un puñado de segundos y lo paso, me estiro justo afuera de las puertas de vidrio y tres, dos, uno: una sirena insoportable rompe el silencio y empieza a sonar como un poseso.

¡Señor, deténgase! ¡Ven aquí!

¿Pero estás hablando conmigo? ¿Pero qué quiere?

Muéstrame tu bolso y tus bolsillos, por favor.

La lucha contra el hurto es verdaderamente un invento hermoso, al menos tanto como el karma.

No, espera un minuto, ¡hay un malentendido! ¡No robé nada!

No pagaste por esto, por favor ven con nosotros.

Miro la escena en la que un guardia de seguridad arrastra al deportista y a la rubia en bikini: agitan los brazos, están avergonzados y lo disfruto.

Agradece que no te rasco la carrocería, imbécil.

Vuelvo al camión.

A las cuatro de la tarde entramos en el garaje donde los camiones duermen y repostan. Se acabó la tortura, nos vamos a casa. No me parece cierto.

Hago una maniobra cerrada y casi choco contra un poste.

- Ten cuidado, me harán pagarlo - dice mi padre que ahora mira preocupado a su alrededor.

Suspiro, - ¿Qué, el costado o el poste? ¿O ambos? - .

- Estaciona detrás de la camioneta de Barini, la azul, que enoja al jefe si nos ve. No tengo permiso para dejarte conducir. -

- Cuantas pollas, papá. Entregaste las latas a tiempo y también llegaste temprano. ¿En ese tiempo? ¿Qué carajo quiere ese multimillonario de mierda? -

- Acaba con esto, ese multimillonario de mierda nos da dinero para pagar las cuentas y algún día será hasta tu jefe. -

- Dile a ese avaro que ya llegaron las ruedas de este camión, necesita cambiarlas. -

- Llegan mañana por la noche, un tren de ruedas para mí, Valle y Stolfi. Llevamos un mes diciéndole esto pero no es su culpa. -

- No, la culpa es del tren. -

Apago el motor y se escapa el rugido. Pero de lejos, por la plaza, escucho otro rugido y este es diferente, es malo, limpio, huele a dinero. Éste no descarga, gruñe: es la voz de un Ferrari Spider rojo como una cerilla encendida.

Papá se limpia el sudor de la frente y apenas puede darse la vuelta, su columna cervical está en la última etapa, esa en la que está a punto de desenroscarse del cuello y adiós cabeza.

Él murmura. - Ahí está el hijo, entonces él también está ahí. Esperemos que no nos haya visto. -

Llegará el día en que gente con coches que cuestan como casas se estrellarán en la A. Ese día estaré agachado en el carril de emergencia con palomitas. Aplaudir. Y para pedir un bis.

- Ven, acompáñame - dice mi padre.

El sol ya no es tan fuerte como antes pero estoy empapado, incluso puedo escurrir mi camisa. Escucho a mi padre jadear, caminar lento y respirar con dificultad, su corazón no lo soporta, necesita dejar de hacer viajes largos, tengo que decirle a ese cabrón de su jefe millonario. Contrata gente joven.

Entramos al taller, hay un escritorio improvisado lleno de papeles, casi todos volantes de garaje. Miro el pedido que está apilado encima de un refugio, y me muevo lentamente, extiendo la mano y agarro el papel, lo guardo en mi bolsillo y regreso al lado de mi padre. Más allá del cristal de una habitación insonorizada, el jefe y su hijo hablan y se mueven como dos personas que discuten mal. El hijo no viene aquí a menudo, no hay lugar para él. No le presto atención, de todos modos me cabrea. Me obsesiono con el jefe que nos hace esperar incluso después de tres días de kilómetros. Finalmente se decide y abre la puerta, nos hace un gesto a mi padre y a mí. Nos acercamos y el rico pasa de largo, nos ignora y se aleja.

El jefe, un tal Arturo Macchi, abre los brazos con una sonrisa falsa.

- ¡ Orilla! Siempre eres el primero en volver, tarde o temprano te daré el aumento. -

Él también es divertido. Cuando le des el aumento, pendejo, ¿cuándo se morirá? Se jubilará dentro de seis meses.

- Sí señor, gracias señor – mi padre casi hace una reverencia.

Odio este servilismo suyo, odio verlo tan sumiso frente a alguien que lo explota y se burla de él.

Y ahora el usurero me hace lo mismo, o al menos lo intenta, me dice: - Muchacho, ¿le has hecho compañía a tu viejo? ¿No vas a la playa? Veo que estás un poco pálido. -

Sé que papá está nervioso porque tiene miedo de que le patee la cabeza, pero no quiero que sea camionero y me estoy asegurando de que ese día llegue lo más tarde posible, por eso puedo No haré que lo despidan. Pero de todos modos no lamo. No existe.

- Los desempleados y los quebrados se van a la playa. Los demás funcionan. Hidalgo. -

Mi padre palidece y se disculpa con las manos juntas, como si no hubiera maldecido a su abuela. - Ay, perdónelo, jefe, mi hijo está cansado y dice tonterías. -

- No, en cambio, Riva, tu hijo tiene toda la razón. Es listo. - Luego se vuelve hacia mí con otra sonrisa falsa, - Eres un chico inteligente. Buen chico. Déjanos solos un momento, por favor, necesito hablar con tu viejo - .

Me alejo voluntariamente, ya no podía soportar ver la lengua de mi padre limpiando el piso, solo espero que no esté a punto de despedirlo.

Camino unos veinte pasos entre los camiones y me detengo a buscar el zippo. Encuentro la hoja de papel que pasé por mi palma y la abro rápidamente: como pensaba, es el pedido de los juegos de chicles, la doblo y busco en los bolsillos de mis jeans como un hombre hambriento, dejo el cigarrillo meto la colilla en la boca y le doy unos golpecitos pero nada., no arranca, se ha quedado sin gasolina. Grito, me muevo como quien discute con el aire, no puedo ni encender un cigarrillo. Está bien que hasta ahora haya fumado sesenta y uno, pero odio el tiempo de inactividad, no lo soporto, esperar sin hacer nada va contra naturaleza.

Media hora después estamos de vuelta imaginando una ducha seria y un plato de pasta y hablo de macarrones con espaguetis y papá conduce su Volvo del 1991 como quien pisa los pedales, frenando, sin aliento.

- Papá, tengo hambre, aprieta el acelerador. -

Tartamudea, parece tener dificultades, incluso disminuye el ritmo. - No, quería pedirte un favor. -

- Ya te lo hice, un favor. Fregene Roma Roma Mestre y Mestre Roma Roma Fregene sin lavar durante tres días. -

- Otro favor - y en el cruce girar hacia la carretera de la costa.

- ¿ Qué necesitas? -

Me da pena, no puedo maltratarlo, parece un niño pequeño mientras mira a la calle y pregunta bajito: - Mi jefe dice que sería bueno que su hijo despertara un poco, que debería salir contigo. Que podrías despertarlo un poco. -

Un niño loco.

Aprieto los puños y me inclino hacia atrás. Intento mantener la calma mientras digo: - El hijo de tu jefe no necesita despertar, es un pendejo. -

- Oiga, Macchi dice que gasta y despilfarra su dinero y que no logra nada. Le gustaría que alguien le enseñara el camino, porque sólo así podrá abrir los ojos. -

- ¿ El camino de qué? -

- El camino. La vida. Vida de calle. -