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Introducción.

Cada latido de mi corazón, cada bombeo, me muestra un dolor nuevo. Mi pecho se calienta, siento esta nueva emoción subir por las válvulas de mi alma. El aire se escapa de mis pulmones; siento como me ahogo en el mayor ataque de pánico de mi vida.

Nunca pensé que llegaría aquí.

Tanto tiempo buscando respuestas, luchando por un sueño de venganza cruel. Él algún día tendría que pagar.

Frente a mí, está el precio de un mal camino, estaba tan equivocada.

Nada justifica mis acciones, no hay excusas ni razones para algo de tal magnitud. Las mentiras, la frialdad de mi alma, el dinero, la revancha. Hoy nuevamente me muestro a mí misma lo que soy, lo que realmente he sido toda mi vida... Nada.

Viví una mentira por tanto tiempo, hoy todo terminó.

Sigo siendo un ser humano, la pena y el arrepentimiento de mi alma me lo demuestran. Ver como mi vida muere ante mis propios ojos; solo soy una criminal. Lo he perdido todo, no tengo nada.

Tres por tres metros, ese era mi nuevo hogar. Una fría y terrible tormenta se desata alrededor de aquel edificio, haciendo más melancólica mi espantosa situación. Quiero vomitar sobre el naranja que cubre mi cuerpo, desgarrar mis manos de aquellas frías esposas que rodean mis muñecas, mis tobillos.

Un sonido, otro sonido.

Con cada paso puedo escuchar la cadena, metal con metal...

"Tin"

"Tin"

"Tin".

Los rayos que caen aumentan mi dolor, el sonido de las gotas de lluvia caer me trasportan a aquel lugar; el lugar donde busqué razones para volverme el monstro que soy hoy.

Aquella tarde, con el atardecer, la lluvia se caía, la tormenta estaba viva. Llevaba zapatos de hule y una pena desgarradora. Caminaba sin importarme nada debajo de aquella fría agua proveniente del cielo. El gorro de una chamarra intentaba proteger mi vista de las gotas amenazantes de lluvia. Mi pantalón estaba manchado de lodo; pronto mis rodillas estarían iguales.

Me dejé caer sobre el pasto y el suelo mojado, sobre el fango. Mis lágrimas se mezclaron con el agua del cielo; aun así, sentía su sabor salado llegar a mi boca. Levanté mi rostro al cielo y grité con toda la intensidad de mis pulmones. Me quitaron lo único que tenía, yo deseaba estar muerta.

Miré la lápida de mi madre, pasé mi vista rápidamente hasta la tumba de mis hermanos.

¿Por qué no me habían llevado con ellos?

Tomé un lirio de una sus tumbas, lo llevé a mi nariz; a pesar del agua podía apreciar su aroma. Aroma a funeral, me recordaba que ellos se fueron para no volver y yo seguía viva. La aplasté entre mi puño y la llevé a mi pecho. Estaba ahogándome en aquel desgarrador dolor de luto interminable.

Nuevamente dirigí mi mirada a sus tumbas y mis labios murmuraron:

"Esto no se quedará así".

Desde aquel día, el alma escapó de mi cuerpo, me olvidé de quien era, o hacía donde me dirigía.

La sed de sangre era intensa; el mundo pagaría por la vida de mi madre, de mis hermanitos.

No importaba nada...

No importaba nadie.

Cortaría miles de cabezas hasta encontrar al culpable.

Juré que terminaría con mi padre.

Eso era justo lo que recordaba en cada paso hacía mi nuevo hogar.

Reclusa de la libertad, donde los sueños morían y no quedaba más que luchar por tu vida, una sin esperanza o futuro.

El sonido de la reja correr por su redil, hasta el glorioso "clac" de la justicia. Las sonrisas triunfantes de la policía me recuerdan en lo que me convertí.

Un maldito animal, ahora, encerrado en su jaula.

Ellos encerrarían mi salvajismo.

En cadena perpetua.

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