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Calor , muy caliente 2

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Perpemint
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Sinopsis

Estoy tratando de pensar cuando suena el teléfono. Ni siquiera necesito ver el nombre de la llamada. Y, francamente, estoy tan emocionada que ni siquiera sé quién soy ni dónde estoy.

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Capítulo 1

Estoy tratando de pensar cuando suena el teléfono.

Ni siquiera necesito ver el nombre de la llamada.

Y, francamente, estoy tan emocionada que ni siquiera sé quién soy ni dónde estoy.

Debe ser ella, mi cruz y delicia, Ludovica...

-CIPRIANI!!!- grito como una cabra loca -¡Delacroix acaba de salir de mi oficina! Tengo que organizar una gala este sábado, ¡¡¡Laïla Bès también estará!!! ¡¡¡ Y Snape me ordenó que fuera con ÉL!!! ¡CON ESE MALDITO GOLPE! ESE BUZZURRO CAFONE!!! ESA MIERDA QUE NI ME CONSIDERA Y DIOS SANTO SI LO ENCUENTRO LO MATO!!! LO MASACRO COMO UN PANETTONE!!! ESA IGLESIA QUE AUN NO ME HA LLAMADO Y...-

Silencio. No sé cómo, pero tengo una sensación terrible.

Entonces una voz me interrumpe.

Y dejo de respirar también...

- Hola, enano... Soy el pendejo maldito. El grosero boor. la mierda Panettone. El Redneck. ¿Me extrañaste?...-

Tal vez hago un ruido extraño, como el de una rata devorando un queso podrido.

El corazón se detiene, luego se reinicia como una bomba, como si estuviera más dopado que Armstrong después del Tour de Francia.

Su voz... Esa voz...

Una cifra barnina, el número veinticuatro y seis mil millones.

Con el símbolo de infinito al lado.

Pero me siento tan sensacionalmente feliz que de un salto podría perforar el techo, con los frescos de Rafael, como el transbordador de la NASA.

-Ehm...- Me desmayo -Ssss... ¿Dilan?...- -Sssss... pero qué, ¿

volviste a batir los Pasteis de caña de azúcar ?- y ella se ríe.

Esa risa... me siento mal.

No puedo hablar.

-Escucha, estoy en Florencia. ¿Quieres tomar un café?- me pregunta.

Pongo una mano en mi pecho, el ventrículo izquierdo está cediendo, como un luchador durante un estrangulamiento...

-Ehm...- Me he vuelto disléxico -Ahora... ahora... s... estoy ocupado...- miento.

quiero tirarlo.

En realidad, no: no estoy listo.

Tiemblo como Lapo Elkan frente al subjuntivo.

-No hay problema, te espero. Cuando termines...- responde confiado -¡Me quedo aquí, te espero!-

-P... ¿por qué? ¿Dónde estás?- mi voz es aguda como el silbato del árbitro del José Alvalade que suspende el juego.

- Estoy justo debajo de tu ventana... la de tu oficina...-

—¡¡¡Llame a un médico!!!—

Como si estuviera en la mira de un francotirador soviético, me tiro al suelo.

A cuatro patas, froto mis rodillas contra las cortinas, que dan a la Piazza della Signoria y, con la lentitud de suspenso de una película de suspenso, mis ojitos se escabullen, apuntando hacia la ventana.

Veo.

—Ay mamá...—

Dilan Baroni está apoyado contra la pared del edificio frente al mío.

Con unos vaqueros que le quedan asquerosamente bien en las caderas. Con una camiseta que no deja nada a la imaginación.

Con una chaqueta deportiva que, maldita trucha , parece un modelo de Dolce and Gabbana.

Puedo ver su boca para morder, esos ojos azules sobre los que nadar, hacia el infinito y más allá... como una sucia sirena.

Tiene el teléfono pegado a la oreja, como yo.

Y con su otra mano tatuada me saluda.

Y sonríe... con esos hoyuelos en las mejillas que parecen dos islotes en los que me gustaría vivir, como esos tipos de la Laguna Azul, con él...

-¿En ese tiempo? ¿Bajas ahora, Julieta?-

Estoy encantado con esa visión.

-Oh Romeo... ehm, Dilan... Ya voy. Yo... tengo cinco minutos de descanso...- tartamudeé, colgando rápidamente el teléfono.

Me doy la vuelta, el iPhone tiembla con mi pulsera.

Lo meto dentro de mi bolso, hago un arreglo rápido: cabello, rímel, brillo de labios, perfume... todo al mismo tiempo, como si tuviera diez brazos como esa deidad india adorada por Apu, el tendero de los Simpson.

Suspiro y salgo de mi oficina.

Cuando se abren las puertas del ascensor, aparece la signora Prugna, visiblemente acalorada, con mi capuchino en la mano, el del Bistrot a kilómetros de distancia.

- ¡Director Martinelli, le traje el desayuno! Hice que le pusieran un termo especialmente para...- Está sin aliento, está agotada.

Entro en el ascensor, presionando repetidamente el botón que va a la planta baja.

-¡Ay, ciruela! ¡No me importa !-

Mi secretaria me mira estupefacta.

Pero no por mi enésima metida de pata.

Tal vez, me digo, porque él nunca ha visto mi sonrisa.

—Está bien, Bella... cuenta hasta tres. Luego, abre la puerta principal. Solo ignóralo, como si no significó nada. Despreocupadamente. Recuerda, eres Isabella Martinelli. No tienes que temer a nadie. De hecho, perseveraste muy bien, ¡estoy orgulloso de ti! Te buscó... ¡y te encontró! Tienes que tirar de él como la cuerda del arco de Robin Hood en el bosque de Sherwood... Ten confianza, calma... muéstrate en todo tu esplendor... Haz que explote... ¡¡¡Adelante, Isabella, toda la curva está contigo !!! ...—

Estoy en el vestíbulo de mi editorial, mi corazón está a mil.

Puse mi mano en el mango.

Preparémonos para pelear.

—¡Uno, dos, tres!—

Y abro la puerta, sin pensarlo. El suave sol florentino me ciega, el caos de la calle lateral de Piazza della Signoria me envuelve al instante.

—Pero estoy aquí, estoy fuera... Soy magnífico, muy genial, perfecto...—

-Ay, santa trucha...-

Dilan está justo frente a mí; debe haber cruzado la calle mientras el ascensor me arrastraba hacia abajo.

Me quedo aturdido como una gallina hipnotizada por Giucas Casella.