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Blogger Xoxo

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Sinopsis

Felix es un campeón de muay thai, gruñón con el mundo, obligado a cuidar a su hermana pequeña Flam, de ocho años, súcubo de desastres familiares. Luisa es una chica generosa, muy extrovertida, es animadora en el hospital de niños enfermos, muy unida a uno de ellos, pero... algo esconde. Su relación no comienza de la mejor manera. ¿Qué pasa si el destino los une y poco a poco nace algo entre ellos? ¿Está Felix listo para cambiar su vida por Luisa?

Una noche de pasiónSEXOAmor a primera vista AventuraDramaChica BuenaChico MaloAmor-OdioChico Bueno18+

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-¡Vamos, Felix, destrózalo! ¡Una última ronda, espera!-

La multitud está gritando y es gracias a todos mis fanáticos que todavía puedo sacar mi fuerza para la última ronda. ¡Estoy cansada, pero tengo que hacerlo! No importa cuánta sangre esté perdiendo: ¡tengo que ganar! Tengo que hacerlo por Flam, mi hermana, le prometí que le traería una taza. Ella piensa que soy el mejor. Flam tiene ocho años, pero parece mayor. Es una niña sensible, muy fuerte para su edad, es única, me hace sentir diferente, logra sacar lo mejor de mí.

El otro día no pudo abrir la caja de juguetes, no le pidió ayuda a nadie, estaba tratando de salir adelante sola. La vi dejar que lo hiciera, pero me sorprendió cuando en un momento comenzó a patearla con furia. Solo entonces decidí acercarme y ayudarla. Me abrazó fuertemente susurrándome -Eres la mejor, te amo- .

Entendí que Flam buscaba refugio en alguien porque vivía en una familia de mierda y entonces me di cuenta que tenía que ser yo quien tomara el lugar de su padre: salimos juntos, la llevo a la escuela y la ayudo a estudiar; Hago todo por ella solo para asegurarme de que no se pierda nada... Realmente hago todo... Cada vez que tengo un entrenamiento o competencia de muay thai me pide que la lleve conmigo, pero... Flam no No conozco esta versión de la violencia de su hermano. Cuando peleo, frente a mí, no veo un oponente, sino un objetivo al que alcanzar, no tengo piedad. Me tomo este deporte como un reto: si han decidido retarme tengo que ganar. Y también para esta carrera, por supuesto, no traje a mi hermana conmigo porque este no es un deporte para niños, crecerían con la violencia incorporada y Flam ya ve suficiente violencia en casa.

- Te prometo que cuando vuelva de la carrera te llevaré a comer un helado. -

- ¡No quiero helado, quiero ir contigo! No quiero quedarme en casa, por favor Felix. - Me miró con esa carita angelical, con sus grandes ojos claros, no pude decirle que no, pero tenía que hacerlo.

- ¡No puedo Flam! - respondí mientras acomodaba la bolsa con los guantes de boxeo y los shorts de pelea. Ella persistió, gimiendo y tirando de mi camisa para llamar la atención.

- ¡No seas malo! Dije que no, ¿de acuerdo? - grité, girándome bruscamente hacia mi hermana. Se quedó en silencio al instante, me miró decepcionada conteniendo las lágrimas y luego se fue a su habitación.

¡Dios, qué idiota soy! Me estoy metiendo con una niña de ocho años solo porque no quiere estar en esta casa de mierda en la que estamos obligados a vivir. Termino de arreglar mi bolso y me dirijo hacia la habitación de Flam. La puerta está cerrada, dudo en llamar.

- ¿Puedo? - pregunto, casi susurrando. Mi angelito rubio me asiente con la cabeza, luego sus ojos se enfocan en la caricatura en la televisión.

- Oye... Sabes que no es para niños, no te puedo llevar conmigo, pero te prometo que ganaré y te traeré una medalla y por qué no... ¡hasta una copa! ¿Bueno? - Acaricié su rostro con ternura, su piel era tan aterciopelada...

- ¿En realidad? ¿Ganarás por mí? - preguntó alegremente. Finalmente una sonrisa.

- ¡Sí prometo! -

¡Y es por eso que incluso con las costillas rotas y la tibia hinchada, tengo que ser capaz de ganar!

-Atwood, Atwood-

La afición grita mi apellido... El mismo apellido que me gustaría desgarrar. Y es pensando en esto que mi ira me hace sobrevivir, tengo que reaccionar: ¡YA! Ataco al oponente en la cara con un codazo, lo agarro de los hombros jalándolos hacia mi rodilla y golpeo... uno... dos... tres... cuatro veces. El árbitro hace sonar su silbato, pero sigo impávido, veo que le sale sangre por la nariz y solo entonces lo dejo ir. Caemos al suelo sin poder abrir los ojos. ¡Perdiste hijo de puta! Le escupo la sangre de la boca y voy a secarme el sudor de la frente.

El público me vitorea, pero no me jacto de nada: no gané por mí, sino por mi hermana, para demostrarle que tiene que confiar en mis promesas, ¡que no soy como nuestro padre!

-Queremos que el joven Atwood suba al ring para recoger su copa regional de muay thai-

Camino hacia el árbitro, tomo mi copa conmigo e inmediatamente salgo del ring donde recibo mi dinero por la victoria.

Estoy exhausto, me cuesta caminar, cojeo de la pierna derecha, la tibia no quiere recuperarse, me duele mucho. Pero lo que me causa un dolor insoportable son mis costillas, creo que me rompí una. No puedo respirar y caigo al suelo por el dolor, la taza se me cae de las manos y rueda lejos de mí. Solo escucho las voces y los aplausos, luego nada.

Dejo esta triste estructura y veo el sol iluminando todo. Me da una sensación de esperanza, estoy muy feliz. -¡Buena mañana mundo!-

- ¿Puedo ir a casa? - pregunto, casi gritando de felicidad.

- Sí, Luisa, pero mañana pasa a recoger tus últimos exámenes, por favor. -

- Gracias doctor, hasta mañana. - La abrazo. Los médicos son como una segunda familia para mí y también lo son todos los pacientes aquí. Soy la mascota del hospital, me gusta ayudar a todos los pequeños que lo necesitan, me gusta sacarles una sonrisa y divertirme aunque sea con poco. Los niños en el hospital necesitan sonrisas, felicidad. Es triste verlos aquí encerrados colgados de alguna maquinaria, acostados en una cama solitaria con los ojos apagados, buscando una sonrisa. Y es aún peor cuando ven llorar a sus padres en lugar de que sean ellos los que griten la desesperación que tienen dentro. Y precisamente por eso decidí dedicar unas horas de mi vida a estas inocentes pequeñas almas haciéndolas jugar y divertirse.

- Hola Katy!! - Uno de ellos viene hacia mí. Lo levanto y me tambaleo un poco.

- Despacio, despacio, Leo. - Tengo poca fuerza. - Ya te has hecho más grande eh, pesas un poco más. - Se ríe y me abraza. Mira mis manos y se da cuenta de mi bolso. - Pero, ¿adónde vas? - pregunta, decepcionado.

- En casa... - Respondo, sintiéndome un poco culpable por tener que dejar a todos allí.

- ¿Y nunca regresas? - pregunta el niño, triste.

- ¡Cada día! Iré a verte cuando tenga tiempo, no te preocupes. -

El pequeño se aferra a mi cuello con sus manos y me aprieta con fuerza. - Te amo, Luisa. No me dejes aquí, todos te necesitamos. -

- No me extrañarás, estaré aquí cuando quieras, lo prometo. -

Lo dejo, ya estoy sin aliento. Recojo la bolsa y la pongo en mi hombro. Leo camina tristemente hacia el pasillo, con su pijama un poco largo que desliza debajo de sus pantuflas: ¡es tan divertido y tan tierno!

- ¡Oye, Leo! - Siempre le encantó este apodo. Leo se vuelve hacia mí y me sonríe.

- ¿Sí? -

- ¡Ahora eres el rey del bosque! ¡Demuestra lo que vales! -

- Arrrgh... - Hace el rugido del león y me lanza un beso.

Salgo del hospital y veo a mis padres allí esperándome, me sale una gran sonrisa espontánea. Los míos son italianos, pero por problemas de dinero han decidido irse a vivir a Alemania, una vez que me gradúe me uniré a ellos.

- ¡Mamá! ¡Papá! - Corro hacia ellos un poco sin aliento y me lanzo a sus brazos.

- ¡¡Luisa, mi hija!! ¡Es bueno verte de nuevo! - Responden alegremente a coro. - Entonces, ¿cómo estuvo la visita? -

- ¡Muy bien! Por ahora estoy en la familia aquí, me pidieron que volviera mañana para recoger algunos resultados o algo así... - Respondo, sin dejar de sonreír de alegría.

- ¿Pero exactamente dónde estabas con dolor? - pregunta mi mamá, confundida.

- Pero, ¿por qué hablar de enfermedades? ¿Dijeron que estoy bien? Eso es suficiente, ¿verdad? - los contradigo invitándolos a subir al auto para finalmente irse a casa.

- ¿Cuánto tiempo te quedas en Italia? - pregunto curiosa.

- Durante dos semanas, tiempo de quitarnos un poco el cansancio del trabajo y luego volvemos a subir. -

- ¡Estoy tan feliz de tenerte de vuelta! - exclamo, abrazándolos desde el asiento trasero del auto.

Luego me siento sereno mirando por la ventana... Dos semanas... diablos, por suerte salí del hospital a tiempo.

Dejo esta triste estructura y veo el sol iluminando todo. Me da una sensación de esperanza, estoy muy feliz. -¡Buena mañana mundo!-

- ¿Puedo ir a casa? - pregunto, casi gritando de felicidad.

- Sí, Luisa, pero mañana pasa a recoger tus últimos exámenes, por favor. -

- Gracias doctor, hasta mañana. - La abrazo. Los médicos son como una segunda familia para mí y también lo son todos los pacientes aquí. Soy la mascota del hospital, me gusta ayudar a todos los pequeños que lo necesitan, me gusta sacarles una sonrisa y divertirme aunque sea con poco. Los niños en el hospital necesitan sonrisas, felicidad. Es triste verlos aquí encerrados colgados de alguna maquinaria, acostados en una cama solitaria con los ojos apagados, buscando una sonrisa. Y es aún peor cuando ven llorar a sus padres en lugar de que sean ellos los que griten la desesperación que tienen dentro. Y precisamente por eso decidí dedicar unas horas de mi vida a estas inocentes pequeñas almas haciéndolas jugar y divertirse.

- Hola Katy!! - Uno de ellos viene hacia mí. Lo levanto y me tambaleo un poco.

- Despacio, despacio, Leo. - Tengo poca fuerza. - Ya te has hecho más grande eh, pesas un poco más. - Se ríe y me abraza. Mira mis manos y se da cuenta de mi bolso. - Pero, ¿adónde vas? - pregunta, decepcionado.

- En casa... - Respondo, sintiéndome un poco culpable por tener que dejar a todos allí.

- ¿Y nunca regresas? - pregunta el niño, triste.

- ¡Cada día! Iré a verte cuando tenga tiempo, no te preocupes. -