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Capítulo 2: la duda se cuela

Me quedé allí, inmóvil en la sombra del callejón, con la mirada fija en la silueta de la mujer que se alejaba lentamente. Cada paso que daba parecía resonar en mi mente, perturbando pensamientos que siempre había controlado cuidadosamente. Ella no era nada. Una simple desconocida, encontrada por casualidad en esta inmensa ciudad. Un breve encuentro sin importancia. Y, sin embargo, no podía dejar de pensar en su sonrisa, en esa ligereza que me había sorprendido.

Un escalofrío recorrió mi espalda, aunque la noche era relativamente cálida. Respiré hondo, tratando de ahuyentar esa sensación de incertidumbre que crecía en mí. No tenía por qué pasar. Yo era un asesino. Siempre había actuado con una precisión clínica, sin emociones, sin sentimientos. Pero esa noche... esa noche me sentía diferente.

Sacudí la cabeza, como para deshacerme de esa sensación incongruente. Solo era un encuentro sin importancia. Tenía que concentrarme en la misión. El objetivo seguía en su apartamento, estaba seguro. Lo había seguido hasta allí, lo había observado, y sus hábitos nunca cambiaban. Nada había cambiado, excepto yo, esa noche.

Me incorporé y avancé lentamente hacia la entrada del edificio. La calle estaba desierta. La oscuridad, una cobertura perfecta para mis movimientos. Había aprendido a desaparecer en las sombras, a no dejar rastro de mi paso. Era mi naturaleza. Pero esa noche, la sombra parecía más densa, más pesada. Quizás por ese encuentro, quizás por la incertidumbre que empezaba a invadirme.

Me detuve frente a la puerta del edificio y eché un vistazo rápido a mi alrededor. Nada. La calle estaba tranquila. El viento soplaba suavemente, levantando algunas hojas muertas que se colaban entre los adoquines. Metí la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y saqué una pequeña herramienta. En unos segundos desactivé el sistema de seguridad y abrí la puerta sin hacer ruido.

Entré en el vestíbulo, silencioso, con la mente en otro lugar. Caminé junto a las paredes, dirigiéndome hacia las escaleras. Mi mirada se posó en las puertas de los apartamentos, una rutina que había aprendido a descifrar. Esa noche no tenía miedo de cometer un error. Era una misión como cualquier otra. Sin embargo, cada paso parecía más pesado que el anterior.

Subí las escaleras en silencio, con la respiración tranquila. El apartamento de la mujer estaba en el último piso. No tenía ni idea de lo que encontraría una vez allí arriba, pero eso no importaba. No estaba allí para hacer preguntas. Estaba allí para terminar lo que había empezado.

Al llegar a la puerta del apartamento, me detuve un momento para escuchar. No se oía ningún ruido desde el interior. Todo parecía normal. Había memorizado la distribución del apartamento, los detalles de la misión. Todo estaba en su sitio. Iba a llamar. Debería haber sido fácil.

Sin embargo, no actuaba tan rápido como de costumbre. Mis dedos empezaron a temblar ligeramente mientras sacaba el arma silenciosa que había preparado para la ocasión. Volví a mirar la puerta. Dudé. ¿Por qué dudaba? ¿Por qué, después de todos estos años, no era capaz de hacer lo que mejor se me daba?

Era una pregunta estúpida, una pregunta que nunca debería haberme hecho. Pero no podía quitármela de la cabeza. La imagen de la mujer con el pañuelo rojo volvía a mi mente. Me veía a mí mismo, paralizado, en el momento en que nuestras miradas se cruzaron. Ella había visto algo en mí, estaba seguro. Y esa mirada, esa pequeña conversación sin importancia, me habían hecho tambalear.

Cerré los ojos, tratando de ahuyentar esos pensamientos. No era importante. No esta noche. Esta noche tenía que terminar este trabajo. Me obligué a respirar profundamente, volviendo a centrarme en la misión.

Giré el pomo de la puerta. Cede fácilmente. El apartamento estaba sumido en la oscuridad, iluminado solo por una tenue luz procedente de una esquina de la habitación, donde había un teléfono móvil sobre una mesa baja. Entré, mis pasos apenas perceptibles sobre el parqué. La puerta se cerró detrás de mí con un ligero susurro.

La casa estaba en silencio, casi demasiado. Nada parecía anormal, pero una sensación extraña, como un peso invisible, me oprimía. Me moví lentamente por la casa, escudriñando cada rincón, cada movimiento en la oscuridad. No oía nada, pero algo en el aire era diferente. Me sentía observado, aunque estaba solo.

Me acerqué a la puerta de la habitación, dispuesto a abrirla. Pero un ligero ruido detrás de mí me hizo darme la vuelta bruscamente. Una silueta surgió de la sombra, una silueta familiar. Era ella. La mujer.

Estaba allí, en el apartamento. De pie, tranquila, como si me hubiera estado esperando. No parecía asustada ni sorprendida. Simplemente me miraba, con una leve sonrisa en los labios.

«Pensé que volverías», dijo con voz suave, casi musical. «Pero no pensé que sería esta noche».

Me quedé paralizado, con el corazón latiendo en mi pecho. Esta situación... no era lo que había planeado. ¿Cómo lo había sabido? ¿Por qué estaba allí?

Se acercó lentamente, cada movimiento medido, sin prisas. Di un paso atrás, con la mente en plena ebullición. No tenía explicación para lo que estaba pasando. Pero sabía una cosa: ya no tenía el control de la situación. Ya no era el sombra en la noche, el que decidía todo.

«Has cometido un error al venir aquí esta noche», dijo ella, mirándome fijamente a los ojos.

No sabía cómo reaccionar. Estaba atrapado en una maraña de dudas y confusión. ¿Por qué no había actuado antes? ¿Por qué no había visto lo que estaba sucediendo ante mis ojos?

Me preparé para moverme, para tomar una decisión. Pero antes de que pudiera hacer nada, la luz se apagó de repente. La oscuridad se hizo más densa. Y en la oscuridad total, comprendí que esta misión no iba a desarrollarse como estaba previsto.

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