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Atrapada en otro mundo IV

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Mikaela Shirley
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Sinopsis

Michelle, es una chica de quince años que lleva una vida normal, como todos los días, asiste a la escuela y toma el autobús donde aprovecha para tomar su siesta matutina; Sin embargo, este día tiene una pequeña diferencia al resto y es que la vida de Michelle ha llegado a su fin. Cuando despierta se encuentra en un lugar que claramente no es el cielo. Ella tendrá que descubrir cómo regresar a su mundo mientras se enfrenta a nuevos desafíos que jamás creyó experimentar. En su camino se interpondrá Marcus, un príncipe de pésimo carácter que buscará la forma de deshacerse de ella por completo. Cuarta parte de Atrapada en otro mundo.

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Capítulo 01: No al amor

MICHELLE

Los días pasaron tormentosamente lentos, fueron inundados por silencios insoportables donde ninguno hablaba más de lo necesario. Ahora me he convertido en una persona taciturna al igual que mi acompañante. Los comentarios impertinentes y las risas descaradas ya no forman parte de mi trato hacia El Príncipe. Esta vez, las cosas no se han reparado solas. Yo no he tenido ganas de hacerme la amnésica. No he tenido ganas de actuar como si todo estuviera bien cuando por dentro quiero gritar y llorar como una niña pequeña.

Estaba bien con mi amor platónico. Nunca intentaba ir más allá, me conformaba con estar a su lado; pero él tuvo que acercarse más de lo debido, tuvo que besarme y actuar de manera extraña. Arruino mi inestable equilibrio; y eso, no se lo perdonaré.

Yo sufro mientras él sigue con su vida. Se queda con su prometida y su maldito reino. Tan campante que quisiera ahorcarlo para que se muera y arrastrarlo junto conmigo a este infierno que siento. Jamás amar a alguien debe ser tan doloroso; y de ser así, no es un amor conveniente. Es un amor desgastante, un amor perjudicial que no me lleva a la felicidad sino a la desgracia.

No es la clase de amor que quiero en mi vida; pero no puedo evitarlo, el corazón no me hace caso cuando le digo que no quiera más al chico de cabello dorado y ojos cielo.

***

Hemos arribado en Ishrán. El Príncipe me entrega la capa para ocultarnos de los aldeanos. Con paso cuidadoso nos mezclamos entre la gente hasta llegar al castillo donde el sabio debe estar esperándonos.

El Príncipe mantiene la calma. Su actitud me desconcierta puesto que él siempre quiere agarrarse a golpes con el sabio.

Llegamos al salón, como de costumbre está leyendo las páginas de un libro amarillento. Al vernos, lo cierra y se pone de pie. Abandona la comodidad del sillón para estrechar la mano de su alteza.

—Has recorrido un largo camino, Marcus. Me alegra ver que este viaje te ha hecho crecer tanto físicamente como espiritualmente —mantiene sus arrugadas manos encerrando las del Príncipe.

—Quiero que me cuentes todo lo que sepas sobre los humanos —suelta la mano del sabio.

—Sé lo mismo que tú. La historia sobre cómo fueron aniquilados por los poseedores fue lo último que se supo de ellos.

—Mientes. Sé que sabes que no murieron todos y que los sobrevivientes se ocultan en algún hueco de este mundo, ¿Dónde están? —exige respuestas mientras el ceño se le frunce.

—No sé dónde se ocultan. En todo caso, si tuviera esa información no te la daría. Son criaturas que ya han sufrido mucho dolor, merecen tranquilidad.

—Esos malditos casi nos matan. Aparecieron en el pueblo donde estaba la cuarta piedra y por poco no salimos vivos. Tenían armas poderosas, su avanzada tecnología fue un dolor de cabeza. La única razón por la que no se deshicieron de nosotros fue porque resulta que su ataque era una prueba para Michelle. Su Dios los mando a determinar qué tan fuerte se había vuelto. Dijeron que tenían la quinta piedra en su poder y le dieron un acertijo para que encontráramos su ubicación —explica malhumorado. El sabio asiente meditabundo.

Ahora me fastidia que diga mi nombre.

Imbécil.

—Es muy extraño. Por muchos años los humanos se han mantenido en la clandestinidad. Ese Dios que mencionas debe estar manipulándolos. Los dioses no utilizan su poder para hacer mal, no lo harían tampoco para probar a una chiquilla. Debe tratarse de algún ser que desea obtener los poderes de La puerta de Sortelha. Lo que me sorprende es que tenga la quinta piedra —se rasca la barba.

—El chico dijo que la piedra los tenía a ellos —comento al recordar las palabras de Joar.

—En ese caso, su ubicación puede estar condicionada por la piedra. Deben encontrarse en algún lugar de difícil acceso —se pierde en sus pensamientos; y luego, retorna a la conversación—, ¿Cuál fue el acertijo?

—«En el cielo, donde la luz del sol se refleja entre dos torres; búscanos y encontrarás también la quinta piedra».

El sabio lo anota en una página que sobresale del libro que estaba leyendo. Dobla la hoja y se la guarda.

—Investigaré el acertijo. Puede que me demore varios días en tener una respuesta. Sean pacientes —se sienta en el sillón nuevamente.

—No creeré que todo lo que te hemos dicho es información nueva para ti —espeta El Príncipe. Su mirada asesina se posa sobre el pobre anciano.

—Marcus, soy un sabio mas no tengo todas las respuestas de este mundo. Sé que aún existen humanos; pero la mayoría se esconden entre los hechiceros. Se hacen pasar por otras criaturas y pasan desapercibidos. Este grupo del que hablas solo son humanos juntándose con humanos, buscando sobrevivir en un mundo que los ha relegado. Tienen su propio estilo de vida y por lo que me has contado siguen siendo muy buenos para desarrollar armamento y tecnología de primera. No me preocupo, su propósito no es ocasionar una guerra. Buscan complacer a su Dios llevándole a la elegida. Las intenciones de ese Dios, es de lo que nos debemos cuidar.

—¿Y no sabías nada? —insiste. Sus ojos están por ponerse rojos.

—No, al parecer ellos tienen su propio mundo. Su hogar debe estar en un lugar apartado e ilocalizable. Recuerda que ellos no tienen magia por lo que no son rastreables. Pueden moverse libremente sin ser detectados —explica con bastante calma. Él jamás le hace caso a los berrinches del Príncipe.

—Hay algo que me llamo la atención —me entrometo. Doy un paso hacia adelante para solo tener al sabio en mi rango de visión—. Sus armas eran parecidas a las que usan en mi mundo. Aunque algunas estaban muy avanzadas para el periodo del que yo vengo.

—Curioso… Alguna conexión debe haber —el sabio entrecierra los ojos.

—Además, el chico me dijo que el corte que generaba La piedra de la destrucción era una proyección de mi mundo, ¿Cómo es posible que sepa que existe otro mundo y que yo provengo de él? ¿Cómo sabía toda esta información sobre la piedra cuando ni yo sabía? —pregunto ansiosamente.

—Lamentablemente, no tenga las respuestas a tus preguntas. Tendrás que hacérselas a ese chico humano. No sabía que La piedra de la destrucción creaba cortes dimensionales. Parece que tus poderes han evolucionado —ríe alegre.

—Eso es porque he conversado con las piedras. Ahora las entiendo y ellas a mí. Me ayudan cuando estoy en apuros. Incrementan mis poderes sin que sea capaz de entender como sucede —sonrío al recordar la compañía permanente que me brindan.

—Tú también has crecido. El viaje te ha dejado mucho aprendizaje. Sigue conversando con ellas, mientras más compenetradas estén más fuerte serás —exclama vigoroso. Se acomoda en el sillón y se dirige hacia mi acompañante—. Si eso es todo, te pido que te retires, Marcus. Debo revisar la biblioteca real en busca de la ubicación de los humanos. Esto será divertido.

—Me iré, pero tus explicaciones no me convencen —se queja. Yo bufo a escondidas.

—Eres muy joven para tener el ceño tan fruncido. Toma estos días para relajarte. Tú también Michelle, te ves cansada —dice sin quitar la vista del libro.

Me toma por sorpresa el comentario del sabio. No digo nada para no sentenciarme sola.

Me pregunto si de verdad se me nota tanto lo exhausta que estoy de tener que lidiar con El Príncipe.

—No necesito tu consejo —masculla entre dientes y se retira de la sala. Yo voy corriendo detrás de él.

El Príncipe cierra la puerta. Quedamos solos en el pasillo. Yo no espero a que me hablé, me adelanto para poder retirarme de este suplicio.

—Me voy a mi casa. Cuando tengas noticias me avisas —informo con sequedad.

El Príncipe no dice nada, reconozco el sonido mudo de su voz al irme. No me fijo tampoco en si voltea a verme. Nada que provenga de él me importa ahora mismo.

Me cansé de su jueguito.

***

Al llegar a la cabaña, la Señora Amelia me recibe con un cálido abrazo que me hace querer romper en llanto. Cuando llevas mucho tiempo lejos de los que quieres y te sucede algo malo, no puedes evitar bajar la guardia y querer que te cobijen. Demostrar realmente como eres: frágil y sensible.

—¡Izan, baja! ¡Te tengo una sorpresa! —grita la Señora Amelia estrechándome todavía en sus brazos. Cuando ve a su hijo me suelta.

Izan corretea en las escaleras. Al verme, da un gran salto desde el descanso del tramo y se aferra a mí. Su abrazo es firme, me aprieta tanto que me saca el aire.

—¡Michelle, regresaste! ¡Te extrañaba!

—¡Yo también te extrañaba, Izan! —despeino su alborotado cabello marrón.

—Debes acompañarme a la escuela. Le he prometido a Billy Bern que le presentaría a La maga poderosa, sino te llevo le dirá a los otros niños que soy un mentiroso —comenta ansioso y yo me pregunto cómo es que a este niño se le ocurren tantas locuras.

—Izan, debes dejar de involucrarme en tus mentiras. En la vida no es bueno ser tan mentiroso —lo reprendo. Él apoya la barbilla en mi pecho.

—Me he dado cuenta. Cada vez que digo una mentira no sé cómo arreglarla. Billy Bern dice muchas más que yo y todos le creen, ¿Qué debo hacer para ser un buen mentiroso?

—Ser honesto es mucho mejor —respondo. No sé porque le sigo la corriente a un niño de siete años.

—He decidido dejar de mentir cuando cumpla diez años. Aprenderé como ser granjero y los niños deberán respetarme. Seré mayor y responsable, por eso deberé dejar de mentir.

—Puedes empezar ahora, así vas practicando tu honestidad —propongo malvadamente. Él frunce el ceño meditando mis palabras.

—No quiero practicar. Cuando cumpla diez seré un niño grande y dejare de mentir —dice con credibilidad. Se lo está tomando muy en serio—. ¿Cuánto tiempo te quedarás? Debemos ir a ver a Billy Bern antes de que te vuelvas a ir.

—Un par de días.

—¡Vamos ahora! ¡Todos deben estar jugando en el parque! —me libera del abrazo para tomarme por la mano y jalarme hacia la puerta.

—Quisiera descansar. Más tarde podemos ir al parque —lo retengo mientras le comento mi cansancio de viajera.

—Más tarde todos se habrán ido y no podré decirle a Billy Bern que La maga poderosa vive en mi casa —hace un puchero.

—Izan, deja a Michelle tranquila —la Señora Amelia me ayuda y se lo agradezco—. Llévale este refrigerio a tu papá y dile que Michelle regreso.

—Sí, mamá —dice a regañadientes. Toma el encargo y se va.

—Muchas gracias, Señora Amelia

—Izan se puede poner muy pesado y más los días que está libre. Ve a tomar una siesta. Prepararé una deliciosa cena por tu llegada. Te pediré que más tarde lo llevés a pasear, anda muy inquieto y quisiera tranquilidad —se mece en la silla. En su regazo distingo un juego de agujas y un pedazo de lana.

—Claro, ahora lo saco.

—¿Y ese vestido tan lindo que llevas puesto? —pregunta con una sonrisa fascinada en su rostro avejentado.

—Me lo regalaron —hago una pausa y prosigo dudosa—. El vestido rojo lo perdí.

—Oh, es una lástima. Te gustaba mucho, ¿no es así? —asiento melancólica. Ella me regala una sonrisa deslumbrante—. No te preocupes, puedo tejerte uno exactamente igual. Solo que me tomara unas cuantas semanas.

—Lo estaré esperando con ilusión. Tal vez esté listo la próxima vez que venga —paso la mano por el barandal de madera y asciendo las escaleras.

Me interno en mi habitación. Me lanzo sobre la cama sumamente exhausta. Me pongo a pensar que mi tiempo en este mundo se está acabando. Que la próxima vez que regrese será para despedirme. Al menos podre irme utilizando el vestido rojo vino que me ha acompañado en el viaje. No será el mismo, sino una réplica. Al igual que mi persona, que no es la misma que llego hace un año. Muchas cosas han pasado, tantas que me impresiona el paso del tiempo.

Una persona, dependiendo de lo que experimenta, puede cambiar tanto en un par de días.

No es el tiempo. Son los sucesos los que no hacen madurar.

Me paro súbitamente, me quito el vestido verde esmeralda y lo lanzo al suelo. Rápidamente, me enfundo en un pijama de encajes blancos muy cómodo. Me saco las botas; y me acurruco en la cama, tan suave que me hace caer en un sueño profundo en cuanto coloco mi cabeza sobre la almohada.