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Ardientes Anónimos II

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Flagranti Amore
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Sinopsis

Vuelven las reuniones secretas de un grupo de desconocidos que son invitados por un amigo en común, para que narren sus historias pecaminosas y lujuriosas. Todos tienen algo que contar, algunos con orgullo, otros con pena, los más con morbo, sólo que los que escuchan, disfrutan de aquellas confesiones que los hace sentir que no son los únicos que guardan secretos sexuales. Todos y cada uno de ellos tiene una aventura o una vivencia en su pasado y que hasta ahora había mantenido en secreto esperando el momento de poder emerger y ser escuchada por otros. Los hombres ahí reunidos, saben que todo lo que se diga dentro de aquellas paredes, quedará para siempre en ese mismo lugar, nadie comentará, ni juzgará y mucho menos se burlará de lo que otros cuenten, ya que en algún momento deberá llegarle su turno de hablar. Lo mejor de todo, es que todos los convocados, acudieron por voluntad propia, con la firme idea de sacar a la luz eso que se han estado guardando. Es por eso que no temen hablar de sus infidelidades, de sus deseos ocultos, de la realización de sus fantasías sexuales, de la cristalización de sus placeres al momento de vivir situaciones que jamás imaginaron. Así que volvamos a ese recinto y escuchemos esas narraciones que tanto han interesado a los lectores, volvamos a instalarnos en el mejor lugar, para tener acceso a esos secretos…

Una noche de pasiónel amor después del matrimonioAventuraDramaHistoria PicanteSEXOChico MaloAlfaAmor-Odio

Comenzamos

Como recordaran, en la primera parte de Ardientes Anónimos, les comenté que un grupo de desconocidos se encontraban reunidos en una elegante sala, de una vieja casa a la que habían sido invitados por una persona que los conocía y por lo mismo los había invitado para que hablaran, con toda libertad, de sus experiencias sexuales, por raras o diferentes que estas fueran, ya que no siempre es fácil contar lo que uno vive en la intimidad si no es algo común lo que se hace.

Bueno pues, resulta que después de que varios de los asistentes fueron contando sus experiencias y el ambiente relajo, ya todos querían participar de manera activa, hablando de lo que traían en sus almas.

Fue entonces cuando el anfitrión decidió darles un descanso y los invitó a tomarse una copa, comerse algunos bocadillos y posteriormente seguir con la reunión, en la que todos se encontraban muy a gusto.

Sobre todo, porque ninguno de ellos se conocía entre sí, así que lo que se hablara en aquella reunión de “Ardientes Anónimos”, quedaría para la posteridad, con la certeza de que nadie podía hacer uso de esa información en contra de nadie.

Como medida cautelar, se les había pedido que depositaran sus celulares al momento de ingresar al lugar, no sólo para que no se interrumpiera la reunión por alguna llamada inoportuna o los constantes pitidos de los mensajes de texto, sino también, para evitar que alguien grabara la reunión.

Pues bien, después de haber bebido un par de copas y de haber disfrutado de algunos ricos bocadillos, todos volvieron a sus lugares para seguir con la reunión, el hombre que se había puesto de pie con la intención de contar su historia y que fuera interrumpido por el anfitrión, fue el que tomó la palabra para iniciar de nuevo.

Cuando el destino manda

Siempre he sido un fanático del destino, ya que yo creo en él plenamente y estoy seguro que nos gobierna desde donde sea para que cometamos tal o cual acto sin que nada nos detenga.

Como esa mañana, en que podía haberle sucedido a cualquiera, sin embargo, me estaba sucediendo a mí. Aquel día en mi oficina del bufete jurídico, donde recibí una carta marcada como muy personal, lo que me intrigo.

La carta, no sé por qué, me trajo vagos recuerdos, fue como una premonición de que algo estaba por suceder. Tomé el sobre, dándole vueltas entre mis manos.

El papel era perfumado, y de aquel aroma de exquisita fragancia, me recordaba algo que, a mis cuarenta y cinco años, eran imposibles de establecer con claridad.

La letra también me era familiar, el perfume y la letra me levantaban ampollas espirituales, aun cuando no sabía definir el motivo.

Hasta que finalmente me decidí a abrirla.

Ahí estaba yo, sentado en mi oficina, contemplando como la tarde se ver-tía en el crepúsculo de los edificios en la gran ciudad.

Y cada palabra, cada frase de aquella extraña carta, despertaban furiosos recuerdos que ya creía muertos hacía mucho tiempo, la releí nuevamente.

—Sé que te parecerá raro que yo te escriba, pero era necesario, te conozco y puedo adivinar que sigues soltero, aunque si ya no lo estuvieras, por favor busca una excusa, sólo que ven solo a nuestra casa, ya que te necesitamos.

Tanto mi marido y yo precisamos de tu ayuda, confió en que no me fallaras, en el sobre va la dirección. Este fin de semana te estaremos esperando con verdadera ansiedad. Te quiere Lina —Eso era todo lo que me decía en su carta, sin embargo cada fibra de mi cerebro volvía a la vida.

Era como si el reloj del tiempo hubiera dado marcha atrás varias decenas de años.

Como si nuevamente tuviera todo mi cabello, y la potencia de mi juventud manifestándose con Lina, en mis brazos, sí, la recordaba claramente.

Mi primera amante, la chava que todos querían en la escuela, siempre con su cabello rubio recogido en un moño sobre su nuca. Con sus senos perfectos, grandes, imponentes, tentadores y excitantes.

Las ricas chichotas de Lina, eran la sensación en la escuela, cuando llegaba por la mañana a ocupar su lugar, las tetas temblándole bajo la blusita blanca de hilo.

Provocando que más de una mano, masculina, corriera hacia el pantalón para acariciarse el chile, soñando en los duros pechos de Lina.

Y por, sobre todo eso, o a pesar de todo eso, esas hermosas, duras y sabrosas chiches, fueron mías, así como toda ella.

Las tuve entre mis manos, las acaricié y besé en muchas ocasiones en el interior de mi auto, o en la complicidad de una obscura sala de cine.

Chiches blancas, redondas, inmensas, cargadas de sabor y firmeza, con sus pezones de perfectas aureolas que le daban un bello marco al pezón.

Lina, se veía de una forma increíble siempre, sobre todo, aquella tarde en que estábamos juntos, dentro del carro, en una calle obscura y solitaria, ideal para nuestro romance. Todo su cuerpo se estremecía entre los pliegues del vestido en desorden, cuando los dos estábamos en el asiento posterior del auto.

Mientras que yo de rodillas, entre las preciosas piernas de ella, introducía mi lengua en lo más profundo de aquella chorreante y palpitante rajada, de labios abultados y peludos, rodeados de una mata pilosa de vellos rubios como el sol, engargolados y acolchados, un manjar exquisito para conocedores.

Lina, hundía sus dedos en mi cabeza, mientras sus chiches, sabrosas, jugosas y firmes, saltaban en todas direcciones, había perdido el habla, y su cuerpo era un terremoto de pasión y movimiento, mientras que yo, entre profundos jadeos, recibía en mi boca los suculentos derrames de aquella panochita única en el mundo, brotes increíbles que corrían por el pubis, para introducirse en el canal del culo, espléndido, siguiendo por sus muslos.

Aquella escena había ocurrido casi veinticinco años antes, y parecía que fuera ayer, aún podía recordar su excitante aroma, su delicioso sabor, sus gemidos de pasión, todo lo recordaba bien, las sensaciones eran tan vividas que hacían daño a tal grado que me di cuenta de que tenía una erección intensa y potente.

Ahí estaba yo, con cuarenta y cinco años, y nada menos que con la macana bien parada, como si fuera un adolescente pensando en una fantasía sexual de lo que había ocurrido hacia un poco más de cuatro lustros.

—"¿Cómo estaría Lina, físicamente?" —me pregunte mentalmente.

Claro está que la tendencia de todo hombre y también de la mujer, es recordar lo sucedido en el pasado, exactamente, aunque el reloj no se podía detener, y por supuesto Lina, tenía que estar muy cambiada a como la recordaba.

Quizá estuviera vieja, acabada con los pechos colgantes y las carnes fofas, sin embargo, algo dentro de mí, me decía que, era posible que Lina, siguiera manteniendo su belleza y seducción sexual que la hicieran tan célebre en el período de la Prepa, en que fue mi novia y mi amante.

Y precisamente eso fue lo que me empujó a acudir a la cita, justo a la hora y en el día señalado por ella, sin saber exactamente lo que podía encontrarme, aunque iba decidido a todo lo que se me presentara.

Lina, no había perdido nada de su belleza, su rostro, su cuerpo, ¬se habían reafirmado con la madurez sexual. Sus curvas eran más rotundas y firmes, más acariciantes y seductoras, y ahora unida a aquella sensualidad natural en ella, se unía el aplomo de carácter, la experiencia y la seguridad en sus acciones.

Una mujer muy especial, es lo que seguía siendo. Eso era lo que pensaba yo mientras que disfrutaba de un trago junto a la alberca de la lujosa residencia que Lina, compartía con su esposo, un empresario cincuentón de rostro en verdad amable y atento, buen conversador con amenidad.

Los hielos tintineaban en los vasos y yo miraba a través de los párpados entrecerrados, el movimiento de las nalgas deliciosas de Lina, y el suave balanceo de sus apetecibles chiches.

Como siempre vestía de blusa de hilo, solo que sus tetas, ahora, llenaban más la tela, pugnando por escapar del encierro en que se encontraban.

Sus caderas firmes y amplias, se abrían en seductoras líneas bajo unos pantaloncitos cortos que apenas le cubrían la parte superior del muslo a la altura de las ingles.

Cuando se volvía, el balanceo de sus nalgas era imponente. Su esposo, Javier Santos, me observaba en silencio, con cierta expresión entre filosófica, resignada y algo burlona, consciente del deseo que despertaba en mí aquella hermosa mujer.

—Sigue siendo una maravilla de mujer, por donde se le vea —me dijo él de pronto y yo respondí afirmativamente con la cabeza, sintiendo que los colores me subían por el rostro ya que no pude evitarlo.

—Perdóneme, pero es que...

Él corto mi frase con un gesto.

—No tiene nada de que disculparse, yo haría lo mismo de estar en su lugar, se lo puedo asegurar sin lugar a dudas —musito.

Guardamos un molesto silencio que se cortó al aparecer Lina, con nuevos tragos para todos, así que continuamos bebiendo mientras platicábamos de cosas insulsas y triviales que nos permitían irnos relajando.

Ya para la hora de la cena, mi cerebro era un hervidero de recuerdos y pasiones. Tras devorar una opípara cena, nos sentamos a beber café con coñac en el portal que rodea la inmensa residencia, situada muy cerca del desierto de los leones, en la hermosa Ciudad de México.

La luz de la luna titilaba como un precioso diamante, moviéndose sobre la superficie azul de la apacible alberca.

El sonido ambiental llenaba la atmósfera con una pegajosa melodía vieja, de repente la reconocí. Era la canción preferida de Lina, en nuestro tiempo de novios.

—"¿Sería posible que...?"

Con una mirada rápida de sus hermosos y verdes ojos, Lina, me dio una respuesta afirmativa a la pregunta que yo me hacía mentalmente. El misterio de aquella cita aumentaba más y me llenaba de inquietud.

No podía explicarme que era lo que buscaban Lina y su esposo de mí, eran un matrimonio que parecían felices, uno de esos a los que no les faltaba nada.

Lánguida y sensual, las piernas recogidas bajo sus carnosos muslos, los labios ligeramente humedecidos, por la bebida, sus ojos verdes con una muda promesa de pasiones desbordadas.

Yo no podía creer lo que estaba escuchando en aquel momento.

El marido de Lina, padecía una enfermedad incurable. Por lo que, le resultaba imposible practicar el sexo, lo que era peor, aunque lo intentara, no podría tener relaciones íntimas con ninguna mujer en lo que le quedara de vida, que era muy poco tiempo, según el diagnóstico del médico.

Por eso habían solicitado mi ayuda, para que yo le hiciera el amor a mi antigua novia. En un principio creí que se trataba de una broma.

—Nunca juego con algo tan serio como es el sexo, eso también se lo puedo asegurar sin temor a dudas —me dijo muy serio Javier viéndome a los ojos.

—¿Entonces es verdad? —pregunté como un verdadero imbécil.

El hombre sonrió, mientras Lina, le volvía a llenar la copa de coñac y lo besaba en la frente, tal y como lo hace una hija con su padre.

No sé si eran los tragos, los resplandores y sombras de la noche, aunque me parecía que el rostro cansado del hombre de negocios se volvía más filosófico y triste a la vez que veía brillar la lujuria en la mirada verde de su amada esposa.

Nadie hablo sobre la forma, el modo, el tiempo, el lugar, la situación, aunque por alguna razón, cuando al final de la charla, me fui a acostar en el cuarto de huéspedes, supe que en cualquier momento aparecería Lina frente a mí dispuesta.

¡Y justamente así fue como sucedió!

Toco ligeramente en la puerta y sin esperar respuesta entró y camino hacia la cama con resolución. Sus curvas apenas veladas por un camisón transparente, bordado de encajes sobre los senos, mostrando la belleza de aquellos abultados pezones rojos que habían sido mi delirio en épocas pasadas.