Capítulo 5 Advertencia
―¿Estás bien, Rachel?
Inhalo profundo. No puedo mentirle a mi mejor amiga, puede reconocer con mucha facilidad cuando lo hago. Así que prefiero ser sincera y decirle la verdad. Aparto la mirada de la ventana y la dirijo en su dirección.
―No me siento bien haciendo esto, Victoria ―bufo con preocupación―. Tengo un mal presentimiento acerca de esto.
Me le quedo mirando a los ojos. Espero que me comprenda.
―Lo sé ―bufa resignada―, pero no tuve otra opción.
Se justifica, avergonzada.
―Es que… ―callo durante algunos segundos―, ir a ese lugar me pone muy nerviosa e incómoda.
Me observa angustiada.
―Por favor, no te enfades conmigo, Rachel ―indica con tono de culpabilidad―. Era traerte conmigo o dejarte a la buena de Dios ―niega con la cabeza―. Y dejarte abandonada en aquella calle nunca fue una opción para mí.
Sonrío, agradecida. Me acerco a mi amiga, la abrazo y recuesto mi cabeza en su pecho.
―No estoy enojada contigo, Vicky, sé que no tienes nada que ver con lo que está pasando.
Le comento para que deje de preocuparse por mí. No quiero que esto afecte su trabajo, por más que deteste lo que hace en ese club.
―No estarás allí por mucho tiempo. Te prometo que Robert te llevará a casa en cuanto tenga la oportunidad de hacerlo ―me explica, en un intento fallido por tranquilizarme―. Te quedarás oculta en mi camerino, pero por ninguna razón saldrás de allí hasta que alguno de los dos te lo indique ―me advierte con insistencia; no obstante, la manera en que lo dice hace que en el fondo de mi estómago se forme un revoltijo que me tiene a punto de vomitar―. Lo menos que quiero es que Lud se tope contigo ―¿quién es ese hombre?―. Si se entera de que te llevamos al club sin su autorización, arderá Troya ―tal como lo dice, hace parecer que el sujeto del que habla es el mismísimo demonio en persona―. No es tan amistoso y considerado como lo es Rob. A veces creo que es un maldito monstruo sin corazón.
Un súbito escalofrío recorre mi espina dorsal. Ahora me siento mucho más nerviosa de lo que estaba. Por supuesto, ella lo percibe en el instante en que una onda temblorosa sacude todo mi cuerpo.
―¡Lo siento, Rachel! ―se disculpa―. No era mi intención asustarte.
Niego con vehemencia.
―Estoy bien, no te preocupes ―esbozo una sonrisa forzada y trato con todas mis fuerzas de que el temblor de mi voz no me delate―. A fin y al cabo, la pasamos genial esta noche. Fue, por mucho, el mejor de mis cumpleaños ―esta vez mi sonrisa es completamente sincera―. Nunca voy a olvidarlo.
Deslizo mi dedo índice sobre el tejido de mi nueva cadena. Sus hombros se relajan y la preocupación que ensombrecía su rostro desaparece como por arte de magia. Adoro a mi amiga y haría cualquier cosa para hacerla sentir bien. Cierra los ojos, se recuesta sobre el mueble de cuero y exhala una gran bocanada de aire que, sospecho, ha estado reteniendo por largo rato dentro de sus pulmones.
―Por un instante creí que no querrías saber más nada de mí ―comenta, relajada―. Se suponía que esta era mi noche libre y que a esta hora estaríamos en mi cama viendo películas románticas y comiendo palomitas de maíz, mientras conversábamos sobre cosas de chicas ―abre de nuevo sus ojos y gira su cara hacia mí―. Quería hacerte disfrutar de un momento especial, lo menos que esperaba era que las dos termináramos dentro de este vehículo yendo en dirección al club en el que trabajo ―acerca una de sus manos y la entrelaza con una de las mías―. No era mi intención echar a perder la noche que con tanto cariño estuve preparando para ti. Lo siento.
Adopto su misma postura y me recuesto a su lado. Hombro con hombro.
―Nada ni nadie podrá separarme de ti, Vicky. Así que, olvídalo, por favor, ―encojo mis hombros para restarle importancia al asunto―. En ocasiones suelen pasar cosas inesperadas sobre las que no tenemos ningún tipo de control ―insisto, porque ya no hay vuelta atrás―. Te prometo que haré lo que me pidas para no causarte ningún tipo de problemas con tu jefe.
Espero que todo salga bien. Me mantendré oculta, porque de ninguna manera quiero toparme con ese hombre.
―Entonces, ¿estamos bien?
Asiento en respuesta.
―Por supuesto que lo estamos ―Vicky es mi única y verdadera amiga y, nada de lo que suceda, hará cambiar mi opinión sobre ella. Ha estado para mí cuando más la necesito. Somos amigas incondicionales―. Nuestra amistad es más fuerte que el acero.
Me regala una hermosa sonrisa que divide su cara en dos y alcanza las esquinas de sus ojos.
―Mejores amigas por siempre.
Agrega, emocionada. Jamás habría imaginado que una chica como yo, alguien completamente diferente y opuesto a ella, pudiera terminar convirtiéndose en su mejor amiga. Espero que nunca se arrepienta de serlo, sobre todo, cuando se dé cuenta de que no hay nada especial en mí. Cruzo los dedos para que eso nunca suceda.
Observo a mi alrededor y, quedo perpleja, al notar por primera vez lo hermoso y lujoso que es el interior del auto en el que nos trasladamos.
―¡Vaya! Esto debe costar un ojo de la cara ―comento, sorprendida―. No tenía idea de que dentro de un auto pudieran caber tantas cosas maravillosas.
Sonríe con calidez y comprensión.
―Es parte de las excentricidades a las que está acostumbrada la gente rica ―me explica―. Tienen tanto dinero que tendrían que vivir diez vidas para poder gastarlo todo. Así que utilizan gran parte de lo que tienen para llenarla con lujos y todas aquellas cosas que los hacen sentir felices y poderosos ―prosigue con su charla―. Mientras más rico eres, más influencia y poder tienes en el mundo ―asegura, convencida de lo que dice―. Es una selva de depredadores en la que el más astuto se lo lleva todo.
¿Cuánto tiene que ver la felicidad con la riqueza? ¿Puede el dinero convertirse en lo único importante de tu vida?
―Mi familia nunca ha tenido mucho dinero, más que el suficiente para cubrir nuestras necesidades básicas. Sin embargo, hemos sido muy felices con poco. Estoy convencida de que hay cosas que el dinero no puede pagar. Como el amor, por ejemplo, ―encojo mis hombros―. El dinero es indispensable, pero, al mismo tiempo, empobrece la existencia si se convierte en lo fundamental. Hay una buena cantidad de personas en el mundo que acumulan mucho más de lo que necesitan, y a quienes les tiene sin cuidado que otros padezcan los rigores de la pobreza.
Nos mantenemos en silencio durante algunos minutos, analizando la profundidad de nuestras palabras.
―No te imaginas la cantidad de mujeres que se casan por dinero ―me dice con cierto tono de tristeza―. No es que necesiten de un hombre a su lado, sino de una chequera que las consienta y las mantenga.
Nunca sería capaz de sacrificar mi amor a cambio de dinero.
―Eso me parece algo triste.
Nuestra conversación finaliza una vez que llegamos a nuestro destino. Los nervios que, por breves momentos, se vieron apaciguados con la interesante conversación, vuelven a convertirse en un gran desastre. La limusina se estaciona en un callejón ubicado en la parte trasera del club. La sangre desaparece de mi rostro y mis manos se tornan frías y sudorosas.
―No tienes nada que temer, Rachel, cuidaré de ti. Solo debes hacer lo que te pida y te prometo que no nos meteremos en ningún lío ―indica angustiada―. Lud está ocupado en sus propios asuntos y nunca aparece por los camerinos, a menos que sea estrictamente necesario. Te aseguro que en menos tiempo del que te imaginas estarás durmiendo debajo de las sábanas calentitas de mi cama.
Sus palabras no me reconfortan. Tengo el presentimiento de que las cosas no resultarán tan bien como ella lo espera.
―Esperen aquí ―suelto un jadeo y un brinco al escuchar aquella voz proveniente de los altavoces. De un momento a otro, el vidrio que nos separa comienza a descender para dejarnos al descubierto―. Voy a echar un vistazo para asegurarme de que no haya nadie por los alrededores. Les indicaré cuando sea seguro que pueden bajar del auto ―indica, precavido―. Por favor, Vic, asegúrate de que nadie vea entrar a la chica.
Mi corazón comienza a palpitar con desenfreno. No tengo idea de lo que me espera en el interior de aquel club, así que comienzo a rezar en silencio. Pego un respingo cuando la puerta se abre y Robert nos avisa que podemos bajar de la limusina y entrar al club.
»Vayan directo al camerino, me encargaré que nadie se acerque para darles tiempo a que ingresen sin que nadie las note.
Intento moverme, pero mis piernas se niegan a hacerlo. Estoy temblando como una gelatina y siento mis piernas tan flácidas como espaguetis. No creo que pueda dar ni un solo paso. No obstante, Vicky me toma de la mano y tira de mí con tanta fuerza que obliga a que estas se muevan. Una vez que bajamos del auto, mis pies tocan el suelo y fijo la mirada en la fachada de aquel club. Algo dentro de mi ser me advierte para que me dé la vuelta y huya de aquí tan pronto como pueda.
