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Amo a un hombre

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Flagranti Amore
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Sinopsis

Gracias a los diferentes colectivos que han luchado por sus derechos, las personas que aman a personas de su mismo género, ya pueden hacerlo de una manera más abierta y libre. Si bien no se ha logrado erradicar por completo la discriminación, la homofobia, la intolerancia, hacia personas con diferentes preferencias y gustos, si se ha avanzado bastante en cuanto a los derechos que les corresponden. Y es precisamente, el motivo de esta novela, las vivencias que han tenido que enfrentar los hombres que aman a otros hombres, y que muchas veces deben callar ese profundo y sincero amor que sienten ya que temen verse rechazados, humillados y burlados. O la historia del primer transexual en México, el cual abrió el camino para que otros que como él, sentían que habitaban un cuerpo que no les correspondía y querían remediar los errores de la naturaleza, sin importarles más que el sentirse a gusto con sus sentimientos y con el cuerpo que creían merecer. Estas historias tienen ese contenido que identifica a los seres humanos sin importar cual es su preferencia o su gusto particular, lo que en realidad importa es el sentimiento que se manifiesta de manera inesperada y que se conoce como atracción, amor y pasión. No es difícil identificarse con ellos, muchos tienen amigos y amigas que conocen sus preferencias y con todo y eso los aceptan como lo que son, seres humanos que buscan un lugar en una sociedad que los ha marginado por siglos, los ha vejado y los ha humillado, incluso hasta la muerte les ha provocado a algunos. Conozcan esas verdades que anhelan salir del closet, que desean ver la luz, que pugnan por manifestarse como deben de ser todos los sentimientos, de manera abierta, clara y directa, sin ser juzgados, criticados o lastimados.

SEXOUna noche de pasiónSeductorHistoria PicanteProhibidoChico Bueno18+Dominante

Carlos o Cecilia

—Yo lo conocí, nos encontramos en alguno de los pasillos del Hospital General, de la ciudad de México, donde me instalé de manera profesional, por primera vez en mi vida, hace poco menos de diez años.

En las escaleras o el elevador del lugar me tropezaba con él, o mejor dicho, con ella, con relativa frecuencia.

Iba acompañada, a veces, con su hermano, que también era gay y se le parecía mucho, aunque era más bajo de estatura.

Eran asiduos visitantes al despacho de un médico, gran personero de la política que tenía sus oficinas en ese edificio del centro.

Su hermano hablaba afectadamente, esto es, con voz tipluda y claramente jotoril, lo que siempre hacia voltear la cabeza burlonamente a más de uno de los que lo escuchaba casualmente.

Y es que aún persiste el trauma general de que cuando escuchan a un hombre hablar con tono de mujer todos se burlan y hacen mofa imitándolo con sarcasmo, no puedo explicarme el motivo, pero es realmente muy molesto y dañino para los que son gay, ya que los trauma más y los margina, es por ello que nadie acepta a los obvios.

En fin, les decía que el hermano también era gay y vestía como hombre por eso era motivo de burlas por parte de los que lo escuchaban o lo veían.

Era ella la que de veras causaba revuelo y provocaba todo tipo de comentarios desde los altamente burlones, pasando por los sádicos, hasta los más despectivos.

Y es que todos los vecinos de aquel doctor metidos a política, gracias al comunicativo elevadorista, que en todo está menos en su trabajo, y a un alburero bolero, llegamos a conocer retazos de su historia personal.

Se trataba nada más y nada menos que del primer transexual de nuestra ciudad.

Se llamaba Carlos. Cambio su sexo, su personalidad, su figura y hasta cambió su nombre para convertirse en Cecilia.

Para todos los que no sabían la verdad, era una mujer delgada, de estatura regular y de apariencia sensual, de pelo largo y lacio.

Con senos, firmes y puntiagudos, los cuales eran naturales, cintura estrecha, caderas anchas y piernas largas y esbeltas, dentro de todo parecía una real mujer y sí mucho me apresuran a decirlo, una mujer como hay pocas, ya que el tono pálido de su rostro le daba un aire enigmático y atrayente, como una vieja vampiresa del cine que cobra vida y aparece ante nosotros deslumbrante.

Utilizaba pantalones de mezclilla y blazer, que combinaba con un ridículo sombrero.

La primera vez que coincidí con ella en el elevador disimuladamente observé su rostro: cejas masculinas, desmaquillada siempre, frente amplia y baja, con ligeras arrugas; la barba sombreada como mudo testigo de su lucha contra el bello facial y el bigote que no cedían. Su voz era la gran delatora y su caminar, por más cadencioso que fuera, seguía siendo el de un hombre.

Se sabía que era Contadora y, con mofa, los estúpidos utilizaban siempre el mismo estribillo: “La contadora quiere hacerte un balance general para después reportarte el estado de pérdidas y ganancias...”

Lo que más escarnio provocaba era precisamente su valor, eso sí, hay que reconocer que era muy cabrona y entrona.

Hasta yo lo reconozco, como persona tenía ese algo que diferencia a los triunfadores de los mediocres, esa fuerza interna que ayuda a que un perdedor se convierta en un rotundo ganador donde quiera que se pare, y aquella persona con cuerpo de mujer y que naciera hombre, poseía ese algo, eso que muchos llaman valor y otros llaman convicción, entereza, firmeza, determinación.

Así es, Cecilia tuvo el valor de enfrentarse al mundo entero, un mundo machista, misógino, perverso, lleno de prejuicios y falsa moral, en una época en la que pocos se atrevían a confrontarlo y sobre todo de manera tan desafiante.

Para que pueda entenderse, él o ella como quieran llamarlo, tuvo las agallas suficientes para retar a la sociedad, su acción puede equipararse a que si se hubiera confesado bruja en plena época de la inquisición, a ese nivel estaba ella luchando por lo que creía y deseaba.

En una ocasión, me la topé en una fiesta a la que me invitaron amigos comunes. La reconocí de inmediato y la abordé. El alcohol ya le había hecho efecto y no tuvo empacho en completarme lo poco que sabía de ella.

Así fue como supe que había nacido en el año de mil novecientos cuarenta y ocho, y cuando solo contaba con un año y medio de vida, murió su padre.

Su madre, por razones de trabajo, no podía atenderlo y, junto con su hermana los dejó al cuidado de una amiga de la familia, que lo vestía como mujer.

¡Que poca madre tienen algunas personas! ¿No? Bueno pues, antes de los 18 años, Carlos, fue violado por un chavo mayor que él lo que vino a complicar más su vida y tal vez a darle un cambio definitivo.

Con dolor y resentimiento, Carlos, recordó aquella tarde en que en compañía de quién creía su amigo de juegos, Rodrigo, se encerraron en una recamara.

Estaban en la casa de Rodrigo y los padres de este habían ido de compras al super por lo que tardarían varias horas en llegar, Carlos, recuerda que Rodrigo, siempre le andaba agarrando las nalgas y le decía que estaba muy sabroso.

Rodrigo, contaba con veinte años de edad y ya era de mente despierta y morbosa, tenía revistas de mujeres encueradas y en algunas otras de parejas haciendo el amor, precisamente fue estas las que le mostró aquella tarde en que estaban solos.

Como cualquier ser humano, Carlos, sintió que se calentaba, aunque no supo que era eso sino hasta mucho tiempo después, sólo sintió que todo su cuerpo se llenaba de un extraño calor que le recorría de pies a cabeza y lo hacía sentirse raro.

Siguió viendo aquellas fotos y su cuerpo juvenil atormentándose, de pronto Rodrigo, le pregunto con un tono sugestivo:

—¿Te gustaría hacer lo que están haciendo en las fotografías?

—¿Y con que muchacha lo haríamos? —dijo Carlos, de manera ingenua.

—No, no podemos hacerlo con una muchacha ya que eso nos traería problemas y nuestras familias nos armarían una gran bronca, tenemos que hacerlo tú y yo solamente, anímate, ya verás que te va a gustar, te lo aseguro.

—Pero... ¿Cómo lo haríamos?

—Ah, pues primero yo te la meto y luego tú me la metes a mí, de esa manera los dos gozaremos mucho, te aseguro que es bien rico y sabroso, yo ya lo he hecho.

—¿En serio?

—Claro, tengo unos amigos que se avientan a todo y no son como tú de sacones.

—Yo no soy sacón, lo único es que no sé si quiero hacerlo, no me gustaría.

—Mira para que veas que no miento te lo demostrare y ya luego tu decidirás.

Y sin darle tiempo de nada le bajo los pantalones y con gusto vio que su camote ya estaba bien endurecido por el deseo, así que se agacho y lo acostó sobre la cama, luego con una experiencia digna de sus años de edad comenzó a mamársela de manera sabrosa, chupando el pito aquel de manera repetida e insistente.

Como es natural suponer, Carlos, sintió bonito, sobre todo que sus genitales reaccionaban de manera normal, cuando Rodrigo, le acarició las nalguitas y le metió un dedo en medio de estas, Carlos, notó que en su mente se encendía un foquito de alerta, algo le decía que no debía seguir con aquello, la boca de Rodrigo, era tan exquisita y especial que con nada podía detenerlo.

El dedo de su amigo penetró en el recto y este comenzó a moverlo de manera circular proporcionándole un placer adicional al que ya le procuraba con la mamada que le estaba dando de aquella manera tan especial, no había placer mayor que el que sentía en ese momento y no quería que terminara.

De pronto sintió unas ganas enormes de orinar y por más que lo intento no se pudo contener, Rodrigo, demostró tener amplia experiencia en el asunto ya que justo cuando Carlos, se venía, este se hizo a un lado y los mocos cayeron sobre la cama.

Rodrigo, estaba sonriente, lo observaba con atención y gusto, así que se bajó el pantalón y le mostró su mazacuata, estaba endurecida al máximo, con grandes pelos en la base y se veía imponente.

Carlos, no pudo evitar el comparar los tamaños de miembro y reconoció que la suya apenas y llegaba a un poco más allá de la mitad de la de su amigo, se sentó sobre la cama y quedo de frente ante aquella pinga potente que lo apuntaba directamente al rostro, como incitándolo a probarla.

No sabía que hacer, aquello era algo que no había esperado y que le imponía cierto miedo, fue Rodrigo quién tomo la iniciativa:

—¡Agárralo con tus dos manos y sóbalo para arriba y para abajo, suavecito! —le dijo con toda calma, al ver que Carlos, no se movía, le tomo las manos y las condujo a su chile con determinación.

Con cierto temor al principio, y con una sensación extraña y placentera, Carlos, obedeció y comenzó a tejer aquella chaquetita que tanto le estaban pidiendo, muy pronto agarró el ritmo perfecto y sus manos se apresuraron para aumentar el placer en ambos

Rodrigo sintió que de un momento a otro se vaciaría, así que lo detuvo y:

—¡Ahora mámamela!... ¡Vamos!... como yo te lo hice a ti, ya verás que te gustara.

El titubeo de Carlos, ahora fue mayor, realmente no se animaba a realizar aquel fellatio, no era algo que atrajera.

De nuevo, Rodrigo, lo empujó a que lo hiciera, sujetándolo por las orejas lo jaló hacia su miembro y le restregó este en el rostro, en las mejillas, en los labios, en la nariz, hasta que finalmente Carlos, abrió la boca y dejó que le entrara un poco de aquel duro y vibrante garrote.

Su boca se ajustaba de manera exacta al grueso del chile, Rodrigo, empujó un poco y Carlos, sintió que la pinga le penetraba en la garganta, arrastrando con las anginas y con el paladar, quiso retirarse para aliviar un poco la sensación que experimentaba en su garganta, su amigo no lo dejo, lo sujetaba con firmeza de las orejas y gemía profundamente mientras sentía ese inmenso placer en su chile.

Carlos, respiro por la nariz y se relajó un poco antes de comenzar a chupar aquel garrote de manera torpe, y exquisita, a tal grado lo hacía que el pervertido Rodrigo, suspiraba, gemía y le pedía que continuara de aquella manera, que mamaba de una forma deliciosa y sensacional, todo aquello era desconcertante para el chavo, y no le quedaba otra que continuar con su labor.

Mientras chupaba, se acordó de lo que él le hiciera y le agarro las nalgas, metió uno de sus dedos en el recto de Rodrigo y se maravilló de que entrara fácilmente.

Alentado por esto metió tres dedos y los removió, esperaba que Rodrigo, se quejara de dolor o algo, no ocurrió así, por el contrario, se movió con mayor pasión y sus gemidos aumentaron, a tal grado que no pudo contenerse y se vacío en la boca de Carlos de manera abundante y con mucho placer.

Carlos, sintió que algo caliente y espeso entraba en su garganta, trató de rechazarlo, la presión de las manos de Rodrigo, era tal que no pudo hacerlo, así que tragó todo aquel liquido viscoso y caliente.

Rodrigo, lo soltó y para sorpresa de Carlos, vio que la pinga de este aún seguía dura y potente, no comprendía aquello, se sintió inquieto.

—Voltéate y empínate, te la voy a meter tal y como lo viste en las revistas, ya verás que te va a gustar —dijo su amigo de pronto.

—No, ya no quiero seguir jugando así.

—¿Cómo de que no…? Quedamos en algo y lo vas a hacer o te doy una paliza.

—Es que no quiero, no me gusta… así que ya déjame o voy a ir a hablar con…