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Ajuste

Capítulo 1

Entre barrotes su hermoso rostro se asomaba, podía ser predecible, era una princesa, un supuesto ser mágico. Más que ser una dama verde, ella era diferente, quizá, mucho más de lo que a cualquiera podía gustarle.

Su mirada fija se pegaba en la luna llena de aquella noche mientras un aire helado balanceaba su cabello de rizos color castaño y reflejos verdes. Respirando la nostalgia de un día más que había muerto.

Nada parecía estar mal en ella, entonces… ¿Qué hacía allí?

Fue la pregunta que todos nos hicimos alguna vez.

Sus labios se arquearon en una sonrisa pretenciosa, para mí que la conocía sabía que aquello significaba mucho más que un pequeño gesto, todo era un vasto deseo de venganza que podía acompañar a cada una de sus expresiones.

Sus dedos volvieron a tocar la punta de la flecha, con aquella piedra de esmeril, rosándola, afilándola; la yema de su dedo índice sintió su punta y una gota pequeña de sangre se evidenció; sin embargo, rió silenciosamente con satisfacción, era justo como le gustaban; así la dejó caer en aquel recipiente lleno de líquido venenoso, lista entonces para ser un arma mortal.

Podía que no tuviera ningún poder correspondiente a su raza; pero ella había aprendido a ser peligrosa sin necesitarlo. Sus propias manos y cuerpo estaban listos para derrotar a todo aquello que estuviese de pie en su presencia.

Dejó su espacio junto a la ventana y se levantó de aquel banco de madera, tomando una flecha no envenenada, recogió su largo vestido al caminar: rojo, largo, bordado en hilo dorado, lanzándolo de lado para así poder caminar con libertad. Estaba lejos de casa; pero dentro del refugio seguía vistiéndose como una delicada dama del imperio; llevando aun así la corona rodeando su cabeza, dejándole claro a todos allí que no era una huérfana más, sino, nuestra dueña; pero sintiéndose como una más de nosotros: rechazada, despreciada, odiada, marginada, humillada.

Sabíamos por qué estábamos allí, ella no lo desconocía, ni mucho menos. Ella era el ejemplo de vergüenza de sus padres, una dama verde de la realeza sin poder alguno, nada podía avergonzarlos más que una descendiente impura; después de la fecha máxima de conversión la decisión fue tomada, jamás sería bienvenida en el reino si no se transformaba en lo que debía ser.

¿Acaso podía ser la primera heredera ingenética? ¡No! Jamás sería así. La familia real no podía tener bajas, mucho menos debilidades. ¿Qué podría hacer aquella pequeña e inútil delicada princesa por el reino?

No era útil, no era más que una simple vergüenza y miseria. No debía de haber existido jamás, fue entonces cuando debió desaparecer de la vista pública y volverse alguien más; pero no alguien simple, no otra persona más.

Ella no nació para la resignación, ni para el exilio, mucho menos para ser inútil. Su familia podría creer cualquier cosa, pero una chica mala y marginada siempre se encargaría de resurgir de dónde el mundo intentaba olvidarla; puede que no en la misma piel, bajo el mismo rostro o conocido nombre. Siquiera como una princesa y mucho menos como una persona deseada.

Aunque estuviéramos en otra dimensión, el deseo de venganza se sentía igual en cualquier mundo, cualquier tierra o familia, jamás cambiaría. Tarde o temprano los responsables de que ella hubiera terminado allí pagarían, nadie quedaría exento de castigo. Por lo tanto, ella demostraría su punto, podía ser humana y, aun así, mucho más fuerte y peligrosa que el resto de nosotros.

Sin miedo, sin compasión, recorrería aquella tierra haciéndola suya de una manera completamente inesperada y, quizá, incorrecta. Su nuevo yo se alzaría sobre todas las creencias, sobre todo lo posible y aceptado. Ya nada importaba, debía terminar con ellos como si del enemigo se tratara.

En este punto ya nada podía importar más que cobrar viejas deudas, la traición cobraba un precio muy alto y difícil de saldar, muchos pagarían por ello hasta que no quedara absolutamente nada. Ni vida, ni sangre, ni poderes, siquiera un perdón. No habría retroceso al pasado, la hora se acercaba y ya era demasiado tarde para arrepentimientos, incluso para mí, solo una servidora; sin embargo, esta era nuestra causa, esta era nuestra batalla, el imperio y las consecuencias de las acciones de nuestros padres.

Quizá cuando llegáramos al final de todo esto, al menos sabríamos de dónde habíamos venido.

―Es hora ―dijo aquel chico abriendo la puerta, eso hizo a la princesa reaccionar, apuntándolo más prontamente con el arco y la fecha de lo que podía cualquiera esperar.

―Ten más cuidado la próxima Adkins, no creo que Aleeah te quiera de vuelta si te falta el cerebro ―dije, rompiendo en silencio.

―No creo que su madre lo quiera de vuelta cuando lo descubra ―comentó Ópalo bajando el arco.

―Las cosas son diferentes en esta dimensión, ella entenderá ―excusó él.

―Ningún padre es tan bueno ―comentó ella con resentimientos.

Lanzó la capa de su vestido tras de ella para luego estirar el cuello y marcharse en silencio, lanzando la puerta de la habitación contigua al ingresar.

Miré a Adkins quien solo negó en silencio para sí mismo y sonrió de medio lado.

Él no era cualquier chico, incluso, era el opuesto total de nuestra querida princesa malvada. Si, él no solo era un príncipe como ella, él tenía mucho poder, más de que todos podían imaginar. En su pueblo podría haberse dudado de si aquel chico tendría algún simple indicio de ser un ser mágico, su padre era un humano, por lo tanto, podría esperarse lo peor.

Estaba allí fingiendo ser como ella, escondiéndose tras aquel pequeño hecho. Yo lo había atrapado en la mentira, sus ojos violetas y cabello rojo radiante no provenían de cualquier lado, no de cualquier dimensión.

Kaleptahad tenía una conexión directa con Nahgsón una vez al año, él sabía por dónde entrar a nuestra dimensión.

―El eclipse es pronto… ¿Piensas volver a casa? ―pregunté mirando su rostro.

―No es tiempo aun, Ópalo me necesita.

―Ella no necesita a nadie.

―Me necesitará, Kenia.

― ¿Valdrá la pena estar perdido en otra dimensión por un año más? ―pregunté, él debía extrañar a su familia, a su madre, su pueblo, su vida.

Él volteó a mirarme y sonrió, sus colmillos se asomaron ligeramente por sus labios, no acostumbraba a mostrase así frente a Ópalo, pero amaba su naturaleza más vulnerable.

― ¿Quién dice que estoy perdido? ―preguntó de manera capciosa, subió una de sus cejas para luego darme la espalda y volver al pasillo.

Puede que Adkins y Ópalo fueran sus opuestos, pero a veces podían verse como iguales. Callados, misteriosos, ocultando mucho más de lo que cualquiera pudiera entender.

Todos alguna vez hemos sentido el sabor de la traición, no de provocarlo si no de sentirlo; ver como aquellas personas en las que confías y por las que darías tu vida te clavan en la espalda una daga, una y otra vez sin detenerse. Puede que sea simbólico, imaginario o simples palabras, pero que no hubiéramos dado con tal de no experimentarlo. El que diga soportarlo sin dolor es un vil mentiroso, siempre y cuando la traición provenga de alguien que nos importara, dolería sin control hasta que algo más fuerte tomara su lugar.

Si, ahí era cuando nacía la venganza, sabor a dulce servido en un plato frío.

¿Cuántos de nosotros desearíamos cobrar con nuestras propias manos lo que alguna vez nos quitaron injustamente?

Una mente trabajando para el mal, deseando ese final triunfante y un cierre perfecto de aquel capítulo de nuestra vida.

Puede que eso pasara por la mente debajo de la piel morena de mi malvada princesa, soñando cada noche con el momento en el que al fin todas las cuentas fueran saldadas.

¡Vamos!

Todos lo hemos sentido antes como para no entenderlo, aunque no todos pensamos en la misma cruel forma de cobrar venganza.

La luz tenue de la luna se escurría de entre los barrotes de la ventana y las cortinas, Ópalo se movía en su cama con molestia. No era raro que tuviera pesadillas, pero solo podía respirar y esperar por una reacción más drástica.

Podía apreciar mi entorno con aquella luz, era natural en una Banshee no guardar reposo por las noches, no guardar reposo nunca. La muerte no dormía, no descansaba.

A mí venía toda la energía restante de las personas que morían, así que seguiría despierta por un par de siglos más.

Las candelas titilaban inquietas por la brisa que entraba por la ventana, no quería apagarlas, quería leer un rato más.

A pesar de que me podía parecer ridículo, sentía interés en aquel libro; quizá porque me entretenía ver cómo era que los humanos nos imaginaban; Adkins había traído consigo aquella obra literaria humana de su dimensión. Vaya que tenían creatividad para imaginar cosas que no podían ver, quizá por algunos chismes y suposiciones, algunos seres mágicos colados en el mundo normal, creo que todos habíamos tenido esa fantasía de ser normales alguna vez.

Ópalo se sentó de pronto en la cama, respirando agitada; hubiera gritado, pero no era la primera noche que la pasaba así. Sabíamos que si gritaba el lugar se llenaría de servidumbre intentando asegurarse de que ella estaría bien; aunque siendo honesta, conmigo a su lado estaba a salvo o, al contrario, en peligro total.

¿Qué se podía esperar si la muerte estuviera a tu lado todas las noches?

― ¿Estás bien Paola? ―pregunté dejando mi lugar mientras me acercaba a ella con una lámpara de aceite en mano.

―Nada que no se pueda arreglar ―comentó sin voltear a mirarme, sus ojos, su mirada estaba pegada en la pared como si fuera el siguiente objetivo al que deseaba dar muerte.

Sea a quien fuera que se estuviera imaginando, no le esperaría nada bueno.

― ¿Arreglar o asesinar? ―pregunté, mirándola con atención, sus fosas nasales se abrían mientras aun respiraba con agitación y la vena de su cuello se movía en tensión del momento.

― ¿Hay alguna diferencia? ―selló, volteando a mirarme.

― ¿Nos vamos de casería?

―Llama mi trasporte, los veo en el tejado.

Ópalo echó las sabanas de lado y saltó de la cama para luego encerrarse una vez más en su cuarto de baño. Estuve un momento de pie allí intentando saber que era lo que haría ahora, tomé la piedra de ópalo y la soplé para llamar a su pequeña mascota. No había nada de malo transportarse en un hipogrifo. Cuando se hubo encendido supe que estaba en camino y que yo debía estarlo también.

Corrí por los pasillos del palacio de orfelinato, bajando hasta mi bodega en lo profundo de un viejo calabozo cerrado, asegurado por mí misma.

Cuando estaba a punto de llegar, una mano tomó mi brazo con fuerza dándome un fuerte choque al detenerme.

Suspiré al mirar su naturaleza, un viejo conocido.

―Mira a quien mandaron a correr. ¿Qué harán Paola y tú? ―preguntó cruzando sus brazos. Vaya que podía provocarme de aquella manera. Un príncipe encubierto o, mejor dicho, descubierto.

Adkins estaba sin camiseta, por su instinto cazador debió de haberme escuchado venir, saliendo de su habitación para apenas alcanzarme sin detenerse antes para cubrir ese provocativo pecho y musculosos brazos.

―Ten cuidado, no sea que esto de andarte metiendo con nosotras te salga mal; ella sabrá quién eres, te arriesgas a que lo note ―le advertí, mirando a sus ojos violetas intensos.

¿Había una posibilidad de que fuera más perfecto?

Creo que no.

Su nariz, sus labios, una sonrisa picarona adornada con ojos atigrados que te enmarcaban como su cena; incluso podían convencerte gustosa de ser una de sus comidas. Elegante, atrevido, malo y a la vez, prohibido.

―No creo arriesgarme tanto como la Banshee que la acompaña ―susurró, helando así mi columna vertebral.

¿Cómo era que él sabía de mi naturaleza?

―Ya sabes que tenemos más en común de lo que parece.

―Por eso me dejarás el camino libre para hacer lo que yo quiera con ustedes ―dijo con total tranquilidad.

Por el contrario de lo que cualquiera pudiera pensar, no me molestaba su chantajeo.

―Claro, no hay por qué encontrar nuestras diferencias. ―Acepté, tenerlo cerca seguiría siendo una apetitosa tentación.

Sonrió de medio lado mirándome tan irresistiblemente como pudiera hacer temblar mis rodillas.

¿Qué demonios hacía en Nahgsón?

Aunque él podía preguntarse lo mismo de mí. Creo que todos callaríamos nuestros motivos por un tiempo más.

Su hipogrifo voló por los aires dejando todo atrás, incluso a sus amigos en el tejado del orfelinato dónde sus padres la enceraron cuando era una adolescente. Ya pasaba de los veinte años, y su resentimiento crecía día con día conforme ella se adentraba en su etapa adulta.

Su sangre podía apelotarse en sus venas y doler desgarradoramente como si algo viviera dentro de ellas, llorar intentando calmar el dolor de su alma ahogándose en la incomprensión de pagar una deuda de la que ella no era responsable.

Desear justicia, desear muerte, desear escapar.

¿Cómo podría escapar si ya estaba en el lugar correcto para ocultarse?

Ansiar borrar su mente, viajar atrás en el tiempo e impedirse a sí misma nacer. Decisiones lamentables que ella misma no podía tomar, un ardor en el cuello y sabor salado en sus labios, sacar por si misma su corazón de un pecho adolorido, aplastado por la miseria de una vida sin amor.

Sin miedo a nada o siquiera pensarlo se lanzó sin cuidado de la espalda de su mascota y medio de transporte.

Morir ya ni siquiera era una opción, cayó inclinada en tierra con la práctica de un maestro ser volador; pero sin alas, sin poderes y sin inmortalidad.

Irguiéndose, echó a correr por en medio del bosque, húmedo, gélido.

No se detuvo hasta chocar con aquella puerta de madera que a duras penas sobresalía del bosque, golpeando en ella con fuerza, exigiendo que abrieran por ella.

―Cuza, auxilium ―continuó gritando, pidiendo “ayuda”.

― ¡Calma! ―gritaron desde adentro―. Paola, silencio ―pidió Cuza al salir a su llamado.

― ¡Ópalo, Cuza! ¡Ópalo! ―reclamó tapando sus oídos, caminado de un lado a otro sobre el pasto del bosque inundado de sereno de la noche.

Mojaba las orillas se su vestido sin importarle, Cuza suspiró, era demasiado lujo para una aventura de noche.

―Eres la princesa ahora, Paola ―señaló Cuza.

―Mis padres se quejan de que soy una corriente, debieron echarme la maldición nombrándome como humana ―reprochó ella.

― ¿Dónde está tu servidora?

―En el orfelinato, con el infiltrado de Kaleptahad. ¿Qué importa eso ahora? ¡¿Importa?!

―No Paola, importas tú ―dijo Cuza, diciéndole justo lo que ella quería escuchar.

La princesa cayó ante los pies de la anciana, tomando el borde del delantal con el cual secar sus lágrimas de desesperación y dolor.

― ¿Cuándo dejará de acompañarme? ―preguntó mirando al suelo, Cuza no entendió a lo que ella podía referirse; dejó su dedo índice en la barbilla de la princesa, exponiendo sus ojos verdes y los brillos escarchados en los caminos de sus lágrimas.

Demostraba como ella si era un ser mágico, pero sin poder alguno de su raza.

― ¿Quién te acompaña? ―preguntó dudosa.

―Eres una kútzelnítčka, deberías poder verlo, tienes que evitar que siga ―respondió mirándola a los ojos.

― ¿Sigue en tus sueños? ―preguntó.

―Cada noche, veo sus ojos azules como el más despejado cielo mirarme, su delgada figura envuelta en llamas y la sangre recorriendo su pecho, sus brazos estaban marcados y en el lado izquierdo de su pecho una libélula está posada. Siento mi alma escaparse, mientras intento que una Banshee no consuma su alma; pero no puedo impedirlo, algo se atraviesa en mi propósito. Duele, desgarra, todo da vueltas y no puedo parar. ¡Haz que deje de sentir esto!

―Puedes ocultarlo, pero no escaparás de tu destino.

― ¿Escuchas lo que dices Cuza? Esa soy yo.

―No podrás refugiarte en Ópalo por siempre, Paola.

―Lo suficiente como para acabar con todo mi reino.

―Es tuyo, tú misma lo dices. ¿Por qué destruirás lo que te pertenece? ―preguntó, señalando sobre si, simulando que aquello se trataba de su pueblo.

―Porque ha sido de alguien más y, si no soy digna de tenerlo, nadie lo tendrá sobre mí.

―No me cansaré de decírtelo, siempre hay otra manera ―le dijo a manera de súplica hincándose a su la altura en la que la princesa estaba inclinada.

―Yo he elegido esta; nada me hará cambiar de opinión ―reafirmó su postura sin aceptar una opción.

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