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2

—Cariño, ¿qué ocurre? —pregunto preocupándome ante sus problemas de corazón.

   Pero ella no responde. Simplemente cierra los ojos con fuerza, gruñendo de dolor, hasta que comienza a toser fuertemente y ahí entro en tensión.

—Scarlet... Mírame. Por favor...

   Sigue sin responder.

   De pronto, de su boca comienza a salir sangre, mucha sangre y es ahí cuando me asustó, pensando en lo peor.

—¡Scarlet! —grito con fuerza, levantándome rápidamente para llevarla al hospital.

   Pero esta vez habla con debilidad, sabiendo que la voy a perder.

—Ya... Ya es demasiado tarde... Adrián —susurra, viendo como cierra los ojos, sin poder ver esos ojos azules nunca más."

—¡NO! —grito con desesperación, quedándome sentado en mi cama completamente lleno de sudor.

    Respiro con dificultad, como si hubiera corrido un maratón y pongo mis manos sobre mi cabeza, aún temblando. Mis ojos se dirigen hacia el otro lado de mi cama donde a veces se suele poner ella a dormir junto a mí y me tranquilizo al saber que todo esto era solo un estúpido mal sueño. Pero no estaré tranquilo hasta escuchar su voz.

    Me levanto de la cama para agarrar el móvil y marcar su número. Se escuchan varios tonos tras el móvil y mis manos tiemblan más que antes, sintiendo que mi corazón va a atravesar un cuchillo bien afilado del miedo que he sentido tras la pesadilla que acabo de tener.

    Entonces, en el séptimo tono, mi corazón se tranquiliza.

—Hola... —susurra con una voz de camionera.

    Mi sonrisa se ensancha al escuchar esa voz tan ronca que tiende a tener cuando se despierta. Entonces, al mirar el reloj que tengo sobre la mesita de noche sonrío aún más al ver  que son las seis, ni siquiera el sol ha salido completamente.

—Hola Scarlet. Siento llamarte tan temprano, supongo que estabas durmiendo —contesto, consiguiendo que mis manos dejen de temblar tanto.

—Supones bien —responde bostezando —. ¿Estás bien? ¿Tuviste una pesadilla? —me acribilla a preguntas y empiezo a pensar que me conoce mucho más que yo.

    Camino de un lado a otro del cuarto, tocándome el pelo pensando que le voy a contestar. Pero al menos ya estoy tranquilo de saber que ella está bien.

—¿Cómo es posible que mi Julieta me conozca más que yo?

    Su respuesta no tarda en llegar, haciéndome sonreír mucho más.

—Porque mi Romeo es completamente distinto a los demás hombres.

    Noto como puede sonreír ella desde el teléfono. Si alguien me preguntase que como lo sé, la verdad es que no hay una respuesta sencilla. Pero lo único que puedo decir es que cuando estás enamorado, uno lo nota.

—¿Está científicamente probado?

—Mm... Diría que está comprobado por mí. ¿No te vale? —Me sigue la corriente mientras yo no puedo dejar de ensanchar mis labios.

—Me vale.

   Ella vuelve a bostezar y creo que lo mejor sea que la deje dormir un poco más. Está de vacaciones y se merece descansar y estar con su madre.

—Bueno, perdona por molestarte.

—No me molestas en absoluto, esmeralda. —Scarlet sigue tras la llamada, pero ya esa voz de camionera no es casi audible.

—Descansa, ¿vale?

   Un pequeño silencio se escucha, pero no es un silencio incómodo, ni mucho menos un silencio extraño. Es simplemente un silencio tranquilo, sobretodo porque ella está muerta de sueño.

—Eso está más que hecho. Y si tienes algún problema, llámame. —Me advierte amenazante —. No querrás que te eche agua cuando estés durmiendo.

—Casi prefiero verte mojada a ti —susurro con doble sentido.

—¡Adrián! —me grita, casi tanto que tenga que retirar el móvil unos centímetros para que no me perfore un tímpano.

—Que tengas dulces sueños, zanahoria.

   Y cuelgo, dejándola con un pequeño cabreo que tanto me gusta.

   De pronto, el timbre suena y me dirijo hacia la puerta con tranquilidad. Para cuando abro la misma, me encuentro con una melena rubia y un rostro muy familiar, con unos ojos marrones completamente expresivos cuando me ve.

—Hola amiguito. —Ella saluda con felicidad, mientras que mis ojos no pueden dejar de mirarla asombrado.

—Hunter —digo su nombre y una sonrisa aparece en mis labios.

—¡Hunter! —digo feliz de verla y nos abrazamos. Cuando me separo la miro a los ojos y con duda pregunto —. ¿Qué haces aquí? Pensé que estabas por el mundo sacando fotos.

—He decidido hacer una parada por Seattle para verte. Que hace años que no veo al enano. —Con su mano izquierda me pega fuertemente en el hombro y me quejo de dolor, como en los viejos tiempos.

—¡Ay! ¿A qué viene eso? —pregunto quejándome.

Ella mueve los hombros y me sonríe.

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